El fin del mundo ha sido un tema
muy tratado en la literatura y en el cine, desde…bueno, desde siempre. Mucho
antes de que los hermanos Lumière asombraran al personal con sus obreros
saliendo de una fábrica, o sus trenes llegando a una estación, la humanidad ya
había pasado miedo leyendo relatos de plagas, inundaciones, guerras, espíritus
malignos, incendios, terremotos, y demás brutalidades apocalípticas. No en vano
San Juan había inaugurado el género muchos siglos antes de manera magistral.
Sin embargo, los finales de mundo
más espectaculares tuvieron que esperar hasta el desarrollo de la ciencia
ficción moderna. Uno de mis preferidos es el género zombi, que ha dado lugar a
todo tipo de cómics, películas y series, como la inquietante The walking dead.
También fue necesario desarrollar la energía atómica para imaginar uno de los
más atroces y realistas finales posibles, la guerra nuclear. Otro escenario
apocalíptico propio del pasado siglo es la invasión alienígena, una posibilidad
que da mucho juego en ciencia ficción. Todo tipo de aliens, a cada cual más
guapete, llegan en naves bien tuneadas dispuestos a arrasar nuestro
planeta, o peor todavía, a transformarlo en su Benidorm particular.
Sin embargo, el mejor final de
todos estaba por llegar: el castañazo procedente del espacio, ya sea en forma
de asteroide matadinosaurios, o de espectacular cometa. Bueno, hay que admitir
que ya la peña antigua sentía miedito ante el magnífico pero inquietante espectáculo
de un buen cometa. Y en este caso, con razón...
Este impresionante final del mundo
es en mi opinión el más logrado, sobre todo desde el estreno de las
películas Deep Impact y Armaggedon en 1998. Aunque criticadas en su momento, y
llenas de errores científicos, no han sido superadas en cuanto a espectacularidad.
De hecho, si revisamos pelis sobre asteroides, como hacen en esta página
nos encontramos con que el resto son
poco conocidas, por lo menos para mi, salvo 2012, que es muy mala, y
Melancholia, que es excelente, pero el choque es casi lo de menos (aparte de
que el objeto maligno es un planeta, no un asteroide). También conozco “El día
de las trífidas”, pero no la película, so no la novela de John Wyndham,
probablemente la mejor novela sobre el fin del mundo, o al menos, de la civilización
tal como la conocemos.
A pesar de mi interés por el
tema, todavía me faltan por leer algunas novelas, sobre todo “El
martillo de Dios”, de Arthur C. Clarke. Pero acabo de terminar un clásico del género,
“El martillo de Lucifer”, escrita en 1977 por Larry Niven y Jerry Pournelle. De
esta fructífera pareja de autores ya había leído la estupenda “La paja en el
ojo de Dios” (1975). Pues bien, en esta ocasión, desarrollan una novela coral, llena
de personajes de todo tipo y condición, que viven confiados en una California próspera. Su
única preocupación es una poco probable guerra con la Unión Soviética. Sin
embargo, dos aficionados a la astronomía descubren un cometa que se acercará
peligrosamente a la Tierra. Todo apunta a que fallará por poco…pero Lucifer guarda en su
manga un par de trucos para sorprender a los pobres terrestres.
La segunda parte de la novela narra la colisión, de forma muy realista. El resultado
del tremendo choque será un mundo casi devastado, obligado a aprender todo partiendo casi de
cero. La novela es muy respetuosa con los aspectos científicos, entretenida,
llena de acción y algo de intriga. Homenajea a la ciencia y a la creatividad
del ser humano, y le da cañita a las supersticiones y a los predicadores
fanáticos. Se nota que está escrita en plena carrera espacial, y es un alegato
a favor del desarrollo tecnológico y de la expansión de la humanidad hacia el
espacio. Por otra parte, sigue siendo muy actual en su descripción de la
sociedad americana, trata muchísimos temas (política, racismo, ecología...) y
describe tribus tan curiosas como la corriente de “survivalistas”, con sus sótanos bien
provistos de latas y fusiles de asalto. Además, a pesar de ser dura y amarga, no resulta tan desagradable como "La carretera", la durísima película basada en la novela de Cormac McCarthy que todavía no he leído.
Los autores citan al gran
Robert A Heinlein, cuando dijo aquello
de que la tierra es una cesta demasiado pequeña y frágil para tener todos los
huevos en ella. Ojalá algún día podamos abrir alguna sucursal en otro planeta…
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