domingo, 2 de febrero de 2014

En memoria de un gran actor: Philip Seymour Hoffman

Hoffman, en su papel de segundo violín en El último concierto (2012).
 
Leyendo la prensa esta tarde de domingo, me encuentro con una triste e inesperada noticia: la muerte del actor Philip Seymour Hoffman, de 46 años.Precisamente hace pocos días vi una de sus últimas películas: El último concierto (A late quartet, 2012). Sin ser una gran obra, resulta interesante, sobre todo por las excelentes interpretaciones de los actores: Hoffman, Christopher Walken, y Catherine Keener.
Repasando la obra de Hoffman, nos encontramos con una filmografía impresionante.
Yo me fijé en él por su excelente interpretación en la película Hapiness, de 1998. Se trataba de una historia bastante sórdida, dura de ver, en la que se mostraba la miseria humana y la infelicidad de unos personajes corrientes. Pero ya antes había participado en películas importantes, como Ni un pelo de tonto (1994), nada menos que con Paul Newman; la alocada y comercial Twister (1996), o la divertida y original El Gran Lebowski (1998), de los hermanos Cohen, con un elenco de actores de enorme talla: Jeff Bridges, John Goodman, Julianne Moore, Steve Buscemi, John Turturro…
Parecía claro que Hoffman sabía elegir sus proyectos. Y nos lo fue demostrando con los años. Así, llegó Magnolia en 1999, una buena película de historias entrelazadas, en un estilo que se puso de moda durante varios años. Combinaba películas originales y arriesgadas con un cine más comercial, pero de calidad, como El talento de Mr Ripley, de 1999.
Ya en el año 2000 me encantó State and Maine, una divertida comedia costumbrista, que se beneficiaba del guion del gran David Mamet. La mezcla de actores de Hollywood y la población de un pequeño pueblo de Vermont resultaba explosiva. Otras veces me decepcionó, en proyectos como Con amor, Liza (2002), pero en general, ver una película suya era una garantía de calidad. Ahí están la comercial pero estupenda Cold Mountain (2003), o no digamos Truman Capote (2005), con la que le llegó el éxito definitivo: un oscar y un globo de oro.
Hoffman sin embargo no se durmió en los laureles. Su siguiente proyecto, Empire Falls (2005), es una miniserie no muy conocida, en la que de nuevo se codea con grandes actores: Ed Harris, Helen Hunt y Paul Newman. La historia narra de nuevo las tensiones de las relaciones personales en un pequeño y decadente pueblo de Nueva Inglaterra. Muy recomendable.
Y la lista sigue…Antes del diablo sepa que has muerto (2007), durísima película de Sidney Lumet, con Hoffman compartiendo cartel con Ethan Hawke y Marisa Tomei; La Familia Savages (2007), otra triste y dura película; o la divertida e interesante La Guerra de Charlie Willson (2007), esta vez con Tom Hanks y Julia Roberts. Hoffman estaba actuando en grandes películas cada año.
Después me reí mucho con Radio encubierta (2009), una comedia casi musical con un estupendo Bill Nighy, y disfruté con Moneyball (2011), dentro del género del cine de deportes americanos, que se beneficia de un sólido guion de Aaron Sorkin (El Ala Oeste de la Casa Blanca), y de la interpretación de Brad Pitt.
Pero la película que me dejó clavado en el sillón del cine fue Los Idus de Marzo (2011), una despiadada crónica de la política, bordada por George Clooney, Ryan Gosling, Paul Giamatti y Marisa Tomei. Una cumbre del género del cine político con interpretaciones extraordinarias. El papel de consultor político que realiza Hoffman es mi preferido en toda su carrera.
Al año siguiente, nos regala una de sus mejores interpretaciones, la del fundador de la iglesia de la cienciología, en The Master. Aunque la película tuvo que cambiar algunos detalles, la historia se basa en hechos reales, y resulta dura pero hipnótica, con un gran contrapunto ofrecido por Joaquin Phoenix en un papel muy difícil.
Y porqué no reconocerlo, también he disfrutado de su aparición en la segunda entrega de la  saga de Los Juegos del Hambre, serie de ciencia ficción entretenida y con cierto interés.
Hoffman nació en Fairport, Estado de Nueva York, en 1967. Se aficionó al teatro en el instituto, y se graduó en artes dramáticas en Nueva York (1989). Comenzó a trabajar como actor en la serie Ley y Orden (1991), y por desgracia, a pesar de su cada vez más exitosa carrera, sufría de una adicción a medicamentos y drogas, que parece haber sido la causa de su muerte. Con él se va un estupendo actor, entrañable a veces, más a menudo inquietante, con un físico apartado de los estándares habituales, y que ha participado en muchas de las mejores películas de los últimos años. Todavía tengo pendientes algunas de sus obras, que iré consiguiendo poco a poco. Una triste pérdida para el cine y especialmente para sus seguidores, entre los que me encuentro.
 
 
 
 
 
 

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