domingo, 2 de febrero de 2014

Diario de una lectura inconclusa: "La montaña mágica" (epílogo)

En las páginas anteriores a ésta, acababa de conocer a Naphta personaje poco agradable, como la mayoría de los descritos por el Sr. Mann. Clawdia, tras la extraña declaración amorosa de Hans se marchó y Joachim tomó la determinación de partir igualmente en contra de la opinión médica.

En este último tramo de la novela ocurren dos suicidios, uno dentro y otro fuera, que rompen la monotonía reinante en el Sanatorio Internacional Berghof. Se producen dos regresos, tan temidos como deseados por nuestro protagonista, que cambiaran su vida para siempre: Madame Chauchat vuelve, acompañada de un amante viejo y rico, para, no mucho tiempo después, volver a partir para siempre. Joachim retorna, derrotado, para morir.

Antes de empezar a leer “La montaña mágica” escribí: “Si el destino quiere que descifre donde reside la magia de esta montaña, lo haré; en caso contrario, volverá al fondo de la estantería para seguir almacenando ese polvo, chivato y delator, que le recordará al mundo, y sobre todo a mí misma, que la novela me venció”.
 davos
Pues bien, lo he conseguido: hace una semana que terminé el libro dejando a Hans Castorp en la misma posición horizontal en la que han transcurrido siete largos años de su joven existencia aunque, por una vez, no decúbito supino sino decúbito prono “todos se echan de bruces bajo los proyectiles silbantes, para saltar luego y reanudar su carrera hacia delante (…) ¡Bella juventud, con sus mochilas y bayonetas!

En esta imponente obra, una biblia para ateos, Thomas Mann, entre otros muchos, le da todo el protagonismo a tres temas: el tiempo, la enfermedad y la muerte. El primero me aburre y nada quiero añadir sobre él. Al segundo, la enfermedad, el escritor otorga un elevado estatus, una gran fuerza tanto como instrumento creativo (en el blog de Rodrigo escribí una entrada sobre este tema (http://www.regimen-sanitatis.com/2013/12/el-poder-creativo-de-la-enfermedad.html) como elemento liberador de convencionalismos sociales y relajación de costumbres. Le demuestra un respeto que, lo admito, me sorprende y confunde.

El tercero, la muerte, es el que más me ha impactado, el único que ha conseguido que me emocionara. Si tuviera que elegir lo mejor de la novela sin duda alguna elegiría tres apartados que hablan sobre ella:
  • El que narra la muerte del abuelo Hans Lorenzo Castorp (“Sobre la pila bautismal y los dos aspectos del abuelo”).
  • El titulado “Danza macabra”.
  • La muerte de Joachim Ziemssen, lo más triste y enternecedor de toda la novela.
Creo recordar que, hablando de la novela, uno de los miembros del Club aludió a la posibilidad de que “La Montaña Mágica” fuese una representación del Purgatorio, ese estado transitorio de expiación donde, después de la muerte, aquellos que han fallecido sin pecado mortal, pero con pecados leves, deben permanecer para purificarse antes de entrar en el cielo. Yo no estoy de acuerdo. Si tuviera que elegir un concepto religioso para denominarla sería, sin lugar a dudas, el del Infierno, un estado de sufrimiento permanente. Una lenta agonía de la que apenas eras consciente embotado por las cinco copiosas comidas diarias; aletargado, adormecido, embrutecido por “Il dolce far niente” y la férrea y tramposa disciplina medica que busca, más que la curación, el conformismo y la entrega sin reservas.

La montaña mágica” es una cárcel de la que Hans Castorp solo puede escapar cuando estalla la guerra: “se vio salvado, liberado, no por sus propias fuerzas, como tuvo que reconocer para gran confusión suya, sino expulsado por las fuerzas elementales y exteriores (…). Pero aunque su pequeño destino se perdiese en el destino general, cierta bondad, cierta justicia que le atañía directamente se manifestaba a pesar de todo”.

Es ahora que he llegado al final, ahora que he leído las 974 páginas del libro, cuando debo preguntarme: ¿he comprendido dónde reside la magia de esta montaña? No estoy segura de tener una respuesta para esa pregunta.
“La montaña mágica” no es una historia al uso donde haya una trama a seguir cuyo desarrollo te mantiene en vilo. No se lee de un tirón, sino a trompicones: es una novela con badenes. Es tal la cantidad de conceptos, ideas y conocimientos que el Sr. Mann disecciona que realmente se te hace duro seguirle. Alguien del club comentó que el protagonista era aburrido o soso y al escucharlo me di cuenta de una cosa: los personajes no importan porque son simples instrumentos de comunicación. En cada una de las 975 páginas, el autor pone a prueba la paciencia, el intelecto y la lucidez del lector. “La montaña mágica” es un reto que solo podrás superar si posees una gran curiosidad e inquietud, ganas de aprender, y la suficiente humildad y seguridad en ti mismo como para reconocer que hay partes que no has entendido, al menos no a la primera.

Después de liberarme de la magia de Thomas Mann no he conseguido que libros menos exigentes atrapen mi atención. Y es que subir esta montaña me ha costado pero, como todos los aficionados al senderismo saben, lo peor siempre es la bajada.

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