Cuando Stephen Frears decidió dirigir esta película debía tenía el azúcar alto, solo así se explica que cuando sales del cine, después de verla, te encuentres al borde de un coma diabético. Puro caramelo liquido que te mantiene pegado a la butaca y te empalaga de tal manera que tardas un buen rato en darte cuenta de que la película es mala. Porque lo es. Como mucho vale para una sesión de tarde de domingo en casa pero poco más.
No reconozco en esta historia pastelosa al director de dos de mis películas diez: “Café irlandés” y “Las amistades peligrosas”. ¿Dónde ha dejado Mr. Frears ese manera suya tan peculiar (dura, satírica e irónica a la par que conmovedora) de hacer crítica? Porque en esta película brilla por su ausencia. Es imposible mostrar reprobación por algo o alguien y a la vez intentar quedar bien con todas las personas o instituciones cuya actuación, supuestamente, estamos denunciando.
Lo mío con los Oscars no tiene arreglo porque no entiendo la nominación como mejor actriz a Judi Dench por un papel absolutamente soso, blando y sin ningún tipo de arista y mucho menos entiendo la nominación a mejor película.
En fin, si alguien realmente está interesado en saber lo que pasaba en Irlanda en los conventos de la Magdalena, gestionados por las hermanas de la Misericordia en nombre de la Iglesia católica, no es esta la película que deben ver.
En “The Magdalene Sisters” el director Peter Mullan nos narra cómo las muchachas que acogían en estos conventos, enviadas allí por sus familias o por los orfanatos, eran encerradas y, para expiar sus pecados (que iban desde ser muy lista o muy tonta a haber sido violada), eran separadas de sus hijos, obligadas a trabajar en las lavanderías todos los días del año, pasaban hambre y eran sometidas a todo tipo de castigos físicos y morales.
Muchas de ellas jamás llegaron a salir de allí.
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