¿Tendrá Hans
algo de razón cuando sostiene que lo más triste del mundo es ser estúpido y
estar enfermo? A raíz de un desafortunado comentario, como la mayoría de los
que suele hacer, sobre la
señora Staehr , a
la que acusa de “ignorancia
supina” e insufriblemente quejicosa, afirma que “un hombre idiota debe ser ordinario y estar
sano y que la enfermedad hace al hombre refinado, inteligente y especial”,
lo que le lleva a mantener una agria discusión con Septembrini que niega a la enfermedad cualquier estatuto de
inspiradora, creativa, noble o digna de
respeto.
Aún estando de acuerdo con el caballero italiano, la
lista de grandes escritores que padecieron o murieron de tuberculosis te deja
sorprendida. ¿Podemos estar seguros de que la existencia de Gregorio Samsa (“Cuando se despertó una mañana después de un
sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso
insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al
levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por
partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse
el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo”), Mr Hyde (era pequeño, pálido, producía impresión de deformidad, sin
ser efectivamente contrahecho tenía una sonrisa desagradable, se había dirigido
al abogado con esa combinación criminal de timidez y osadía, y hablaba con una
voz ronca, baja y como entrecortada”) o Roderick Usher
(La palidez espectral
de la piel, el brillo milagroso de los ojos, por sobre todas las cosas me
sobresaltaron y aun me aterraron. El sedoso cabello, además, había crecido al
descuido y, como en su desordenada textura de telaraña flotaba más que caía
alrededor del rostro, me era imposible, aun haciendo un esfuerzo, relacionar su
enmarañada apariencia con idea alguna de simple humanidad) no
nacieron fruto de los delirios febriles de Kafka,
Poe o Stevenson cuando eran acuciados por su enfermedad?
¿Qué otra cosa, sino los síntomas de la
tuberculosis que padecía, podrían haberle inspirado a Becquer la Rima LXI ?:
Al ver mis
horas de fiebre
e insomnio lentas pasar,
a la orilla de mi lecho,
¿quién se sentará?
Cuando la trémula mano
tienda, próximo a expirar,
buscando una mano amiga,
¿quién la estrechará?
Cuando la muerte vidríe
de mis ojos el cristal,
mis párpados aún abiertos,
¿quién los cerrará?
Cuando la campana suene
(si suena, en mi funeral),
una oración al oírla,
¿quién murmurará?
Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa,
e insomnio lentas pasar,
a la orilla de mi lecho,
¿quién se sentará?
Cuando la trémula mano
tienda, próximo a expirar,
buscando una mano amiga,
¿quién la estrechará?
Cuando la muerte vidríe
de mis ojos el cristal,
mis párpados aún abiertos,
¿quién los cerrará?
Cuando la campana suene
(si suena, en mi funeral),
una oración al oírla,
¿quién murmurará?
Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa,
¿quién
vendrá a llorar?
¿Quién, en fin, al otro día
¿Quién, en fin, al otro día
cuando el
sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo,
¿quién se acordará?
de que pasé por el mundo,
¿quién se acordará?
Menos mal que otros, como D.H. Lawrence, volcaron su calentura en
personajes como el guardabosques y Lady
Chatterley, llevándolos a explorar aspectos más agradables de la existencia
humana: “Fue una
noche de pasión sensual, en la que ella se sintió un poco asustada y casi
renuente, traspasada de nuevo por los penetrantes estremecimientos de la
sensualidad distintos y más agudos y terribles que los de la ternura, y en ese
instante, más deseables. Aunque un poco asustada, le dejó hacer, la desnudó
hasta lo más profundo haciendo de ella una mujer distinta. No era amor, verdaderamente.
No era voluptuosidad. Era una sensualidad aguda, y abrasadora como el fuego,
que hacía arder el alma como una tea".
Aunque
seguro que más de uno pensará que quien más grave estaba, quien más alucinó con
su enfermedad fue Rousseau cuando
escribió: “Poblad
con igualdad el territorio, estableced idénticos derechos, llevad por todas
partes la abundancia y la vida y el Estado llegará a ser el más fuerte a la vez
que estará lo mejor gobernado posible”.
El
apartado “digresión sobre el tiempo”, que te exige una lectura atenta, me
parece deprimente por su insistencia en el hastío, la monotonía y el vacio.
¡Mala lectura para nostálgicos!
Menos
mal que en “Hippe” la experiencia homosexual de Hans, por mucho que éste se niegue a definir ni clasificar su
atracción porque así cree preservarla del resto del mundo, nos ayuda a dejar
los grandes conflictos morales y existenciales por otros más terrenales y menos
convulsos.
Hans, Hans…
¡que difícil se hace apreciarte!
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