En el cartel promocional de la
película hablan del “fin de la inocencia”,
pero yo la definiría más bien como el principio de una revelación.
Con la muerte de su padre India se siente perdida. Vagabundea,
sola y rara, por la casa, el jardín, por
sus pensamientos. Durante esos momentos el director, Park Chan-Wook, nos ofrece unas imágenes de una belleza inquietante
y conmovedora, de hecho creo que esta película merece la pena verse solo por
las citadas imágenes, por intentar entender su simbología. No solo son
importantes las personas, los objetos lo son tanto o más y cuentan la historia
de India casi sin necesidad de
palabras.
La aparición de su tío Charlie, hermano del difunto, intriga a la joven porque,
extrañamente, empieza a sentirse identificada con él. Le deja acercarse pero
sin bajar la guardia; atracción y repulsa, a partes iguales, a medida que éste va
dejando ver su auténtica cara.
Charlie
Stoker, perfecta encarnación del mal bajo un rostro
y ademanes elegantes y seductores, intenta despertar el interés sexual de India
tanto como su admiración, pero ésta, alumna aventajada, pronto elige su propio camino,
libre, asumiendo lo que es y sin necesidad de protectores ni maestros.
La historia tiene violencia, alguna que otra
escena desagradable y sexo, pero todo presentado de una manera tan
fascinante, visual y bella, que no te perturba en exceso.
Es un poema macabro no apto para todo el mundo.
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