Mi primer contacto con Cormac McCarthy fue a través de la
fantástica película “The Road”, basada en la novela del
mismo nombre (esta es parte de la crítica
que escribí sobre ella: “The
road” es, sobre todo, un viaje hacia nuestra
conciencia, hacia la esencia misma de nuestra condición humana… Es un viaje del
que vuelves afectado….”). Le siguió “No es país para viejos”, tan
impactante como la anterior.
Pero no fue hasta que leí una entrevista al actor James Franco con motivo de su adaptación al cine de otra de las obras de este autor, que dirige y protagoniza, cuando me decidí a comprar “Hijo de Dios”.
Cormac McCarthy es un escritor de esos que tanto nos gusta
catalogar como “atormentados”, poco
dado a conceder entrevistas o a embarcarse en promociones interminables, casi
un ermitaño. Si te atreves a cruzar la puerta que te da acceso a su universo te
encontrarás con que, cual araña venenosa, disfruta exponiéndote a su mundo
interior para comprobar como eso te acaba perturbando. Porque McCarthy busca
desconcertar al lector y, sobre todo, asquearte y removerte por dentro.
En
“Hijo
de Dios” la figura de Lester
Ballard se nos presenta con toda la crudeza y el salvajismo posible. Nos
hace participes de todas las perversiones por las que el ser humano siente
mayor rechazo (incesto, necrofilia, sadismo, asesinato, escenas escatológicas). No
hay nada agradable en esta novela, es la narración de la involución de un
hombre que vuelve a la caverna (física y
espiritualmente) de la cual nunca debería haber salido.
Con
estos antecedentes en mente tenía claro que llevar a la pantalla “El
Consejero”, guión escrito expresamente para el cine, no iba resultar
tarea fácil puesto que el escritor tiene fama de no serlo. Si le añadimos que
también ejerce de productor…
Y no me equivocaba: Ridley Scott ha sido totalmente incapaz de poner imágenes a los diálogos escritos por Cormac y durante toda la película unas y otros parecen discurrir por caminos separados lo que hace prácticamente imposible enterarte de lo que estás viendo.
Pese a contar con buenas interpretaciones (masculinas porque las femeninas dejan bastante que desear) no entiendes la historia. El caso es
que los diálogos, a veces como entrecortados, te cuentan lo que va a pasar,
pero tú no comprendes por qué va a pasar eso ya que lo que vas viendo en
pantalla no te lo indica.
Hasta el personaje más inesperado se dedica a aleccionar, advertir, instruir al pobre Fassbender, desde el joyero holandés al que le compra un anillo o el camarero de un bar de mala muerte de Ciudad Juárez, hasta, y sobre todo, la ristra de narcotraficantes con los que se va cruzando en el camino que ha elegido (¡chico malo, chico malo!).
Al enterarme de que algunos críticos aseguraban
que la película contiene escenas de “alto contenido
erótico” (¡¡¡!!!.) no he podido dejar de sorprenderme y asumir que el erotismo
es un concepto muy muy subjetivo, porque lo que a unos les ha parecido sexual e
impactante, a mi me ha parecido ridículo y patético (¡que una escena de sexo con Fassbender produzca risa, algo que le debemos
a nuestra Pe, ya tiene delito!).
Cuando acaba te ves incapaz de contar de qué
va la historia, solo después de reflexionar sobre ella e intercambiar opiniones
y comentar dudas con otros espectadores, consigues tener una ligera idea de lo
que escritor y director nos querían relatar.
Me queda por resolver la cuestión del por qué
de ese título: ¿quién o qué es “El Consejero”? Pensando sobre este
particular he llegado a la conclusión de que esa función la ejercen en la historia
todos excepto Fassbender a quien, en esta ocasión, le ha tocado el papel de discípulo
díscolo que no hace caso a nadie y paga por ello.
Una ultima cuestión ¿quién creen que es el
protagonista de la historia?
Pues no, se equivocan: yo afirmo que el protagonista
es el camión.
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