Día seis:
Por casualidad, buscando otra
información en Internet, descubrí que en “Belle Époque”, de Trueba, Fernando Fernán Gómez le recitaba a Jorge Sanz un párrafo de “La montaña mágica”, algo que me
sorprendió porque, pese a haber visto la película, no recordaba esa escena.
Ahora, al llegar al final del
Capítulo V, me he dado de bruces con dicho párrafo: “(…) ¡Oh,
encantadora belleza orgánica que no se compone ni de pintura al óleo, ni de
piedra, sino de materia viva y corruptible, llena del secreto febril de la vida
y de la podredumbre! ¡Mira la simetría maravillosa del edificio humano, los
hombros y las caderas y los senos floridos a ambos lados del pecho, y las
costillas alineadas por parejas y el ombligo en el centro, en la blandura del
vientre, y el sexo entre los muslos! Mira los omóplatos cómo se mueven bajo la
piel sedosa de la espalda, y la columna vertebral que desciende hacia la doble
lujuria fresca de las nalgas, y las grandes ramas de los vasos y los nervios
que pasan del tronco a las extremidades por las axilas, y cómo la estructura de
los brazos corresponde a la de las piernas (…)”.
La sorprendente declaración de
amor que le hace Hans a Clawdia es como una radiografía, pero no en el sentido
de estar enamorado hasta los huesos o las trancas, sino que es una declaración anatómica de sentimiento,
algo que, desde luego, tienes que releer porque te resulta tan chocante, tan
distinto, tan extraño, que casi te parece que ella se marcha al día siguiente para
huir de semejante demente.
La respuesta de ella, “Eres, en efecto, un adulador que sabe solicitar de una manera profunda,
a la alemana”, me dejó desconcertada. ¿Quiere decir que sabe como
requebrar a una mujer, sea cual sea su procedencia, o es una burla ante las
palabras de él, dándole a entender que así podrá conquistar a una mujer de su
país pero nunca a una rusa?
Ninguno como Quevedo supo expresar que el amor seguirá
existiendo más allá de la muerte:
Cerrar
podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevareel blanco
día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansiosa y lisonjera
mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi alma el agua fría
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido,
polvo serán, mas polvo enamorado.
sombra que me llevare
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansiosa y lisonjera
mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi alma el agua fría
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido,
polvo serán, mas polvo enamorado.
En “Todavía alguien”, donde
aparece por primera vez Naphta (“Era un hombre de baja estatura y delgado, iba afeitado, y era de una
fealdad tan acusada que uno se sentía tentado de calificarla de corrosiva”)
me he atascado: es una discusión abstracta y filosófica cuya comprensión considero que está fuera de
mi alcance (espero que alguien del Club
me explique su contenido porque este apartado sí que me niego a leerlo dos
veces como ya hecho con otros antes).
¡No me extraña que, después de dos
encuentros con este nuevo personaje, Joachim tome la determinación de abandonar
el Berghof!
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