jueves, 7 de noviembre de 2013

Diario de una lectura inconclusa: “La montaña mágica” Interludio (bonita palabra)


Ante la insistencia de Rodrigo, mi firme intención de no dejarme influir por comentarios, trabajos o análisis de aquellos que, antes que yo, consiguieron terminar “La montaña mágica”, ha flaqueado. Al final he cedido a la tentación y acabo de leer la Conferencia que Thomas Mann impartió en la Universidad de Princeton en 1939.

Debo decir que nada en especial me ha llamado la atención en dicha conferencia, excepto tres cosas que han confirmado que mi comprensión de la novela avanza por el camino correcto. A saber:

El reconocimiento, por parte del propio autor, de que “La montaña mágica” es un libro muy alemán (yo advertí, en mi primer día de lectura, que mi rechazo inicial hacia el libro se debía, en parte, a que no me gustaba la forma de narrar del autor, la cual definí como marcial y estricta, particularidades estas muy presentes en el carácter del pueblo alemán).

Su afirmación de que si la novela te aburre debes dejarla: “El arte no debe ser tarea escolar ni aburrimiento (..) debe aportar alegría, debe entretener y dar vida, y aquel sobre el cual una obra determinada no ejerza este efecto debe dejarla y volcarse en otra”. Por eso abandone su lectura en dos ocasiones.

Que admita que la critica a la terapia practicada en los sanatorios, hilo conductor de la novela, no es más que una fachada, porque lo que realmente pretende la obra es desenmascarar y cuestionar todo aquello que subyace oculto en las cosas cotidianas de la vida (algo de lo que también he sido consciente y que refleje afirmando que por el rodillo inapelable del Sr. Mann iban pasando la música, el matrimonio, la literatura, etc).

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