jueves, 22 de julio de 2010

El reverendo Dogdson y la fotografía artística (I)

Hace pocas semanas, en una entrada anterior del blog encontramos una interpretación libérrima y algo enfermiza acerca de las relaciones entre Alice Liddell y el reverendo Charles Lutwidge Dogdson (1832-1898), also known as Lewis Carroll.


Bien, empezando por el principio… como diría Alicia, es indudable que a estas alturas, casi 150 años después de su publicación, pocas personas puedan creer que Alice Adventures in Wonderland y Through the Looking-Glass, and What Alice Found There, obras publicadas originalmente en 1865 y 1871, respectivamente, sean libros (exclusivamente) para niños.


Las aventuras de Alicia… no es (sólo) una sátira de la sociedad victoriana de la época, ni tampoco una metáfora de la crueldad o la mera crónica de una suerte de viaje iniciático; mucho menos es un simple cuento para entretenimiento infantil. Cualquiera de estas interpretaciones resulta pobre e insuficiente. Se trata más bien de una “alegoría” en el sentido expresado en el diccionario como “ficción en virtud del cual una cosa representa o simboliza otra distinta”. En realidad puede decirse que el relato de Lewis Carroll se ha hecho inmortal porque va más allá de cualquier simplificación, desafiando y poniendo en evidencia nuestras torpes aproximaciones. Su fantasía y su imaginación son tan portentosas y desbordantes, que de poco sirven las reglas de la lógica matemática, el psicoanálisis o la hermeneútica del lenguaje.

Como recuerda el recientemente desaparecido Martin Gardner, (de quien próximamente escribiremos una entrada para él solo), en una deliciosa edición comentada de ambos libros:
sólo el hecho de que los adultos –científicos y matemáticos sobre todo- sigan disfrutando con los libros de Alicia les ha asegurado a estos la inmortalidad”. Y añade que, como todas las grandes obras de fantasía, Homero o la Biblia, los libros del reverendo Charles Lutwidge Hogdson “…se prestan fácilmente a todo tipo de interpretación simbólica, ya sea política, metafísica o freudiana”.

Por extraño que pudiera parecer, las toscas teorías psicoanalíticas aún tienen mucho predicamento -supuestamente como forma de explicar y entender el mundo- y siguen pareciendo divertidas o fascinantes, (aunque lo cierto es que sí que son bastante frikis). Dice Gardner: “…hoy, por desgracia, nos hemos vuelto todos reductores de cabezas aficionados. No hace falta que nos digan qué significa caer por una madriguera de conejo, o acurrucarse en el interior de una casita diminuta con un pie dentro de la chimenea. Lo malo es que cualquier disparate literario posee tal abundancia de símbolos tentadores que uno puede partir del supuesto que más le plazca sobre su autor, y construir fácilmente un caso sugestivo”.

Más allá de las abundantes interpretaciones y de los numerosos estudios de este tipo (el más detallado es el que hizo la psicoanalista neoyorquina Phyllis Greenacre en 1955, hace ya casi 60 años), la vida del reverendo Dogdson es bien conocida: durante casi cincuenta años fue residente del Christ Church College de Oxford, donde enseñó matemáticas.

Entre lo más destacable de la aburrida y convencional existencia que al parecer llevó, destaca su afición por la fotografía, especializándose en retratos de niñas y de personajes famosos. Le entusiasmaban toda clase de juegos, el ajedrez, los acertijos y pasatiempos lógico-matemáticos, los métodos de cifrado, las reglas y sistemas mnemotécnicos para memorizar números (en su diario habla de un método para recordar hasta setenta y un decimales del número pi π).



Parece que el principal pasatiempo de Lewis Carroll, y que le proporcionó mayores alegrías, fue regalar y agasajar a las niñas. “Me encantan las niñas (no los niños)”, escribió una vez. Por los niños sentía auténtico horror, y en la última etapa de su vida, los evitó cuanto pudo. Consideraba el cuerpo de las niñas (al contrario que el de los niños) sumamente bello, y cuando las dibujaba o fotografiaba desnudas, lo hacía siempre con permiso de los padres por supuesto. Al respecto, escribió lo siguiente: “Si tuviese que dibujar o fotografiar a la niña más preciosa del mundo y notase en ella una pudorosa resistencia (por ligera y fácil de vencer que fuese) a quedarse desnuda, consideraría un solemne deber para con Dios renunciar por completo a semejante petición”. De hecho, para que estos retratos desnudos no crearan complicaciones a las niñas más tarde, dispuso que, a su muerte, fuesen destruidos o devueltos a las niñas o a sus padres.

En principio no existen, pues, indicios de que Carroll tuviera conciencia de otra cosa que de la más pura inocencia en sus relaciones con las niñas, ni existe la más leve insinuación o falta de decoro en ninguno de los cariñosos recuerdos que muchas de ellas dejaron escrito después sobre él. Según refiere Gardner, en la Inglaterra victoriana había una tendencia, que refleja la literatura de esa época, a idealizar la belleza y la pureza virginal de las niñas: “Esto hizo más fácil a Carroll suponer que su debilidad por ellas se situaba en un elevado plano espiritual”.

En la siguiente dirección, de la Princeton University Library, puede encontrarse la mayor colección de fotos realizadas por Lewis Carroll (las reproducciones están a la venta):

http://libweb2.princeton.edu/rbsc2/portfolio/lc-all-list.html

En un delirio inquisitorial, fruto sin duda de mentes calenturientas, se ha llegado a comparar a Lewis Carroll con Humbert Humbert, el protagonista de Lolita, la magistral novela de Nabokov. Pero la pasión que siente por las “ninfas” el narrador-personaje de la novela tiene unos claros fines sexuales, diametralmente opuestos a los de Carroll. Precisamente, éste se sentía sexualmente “a salvo” con las niñas. Sus cartas solían terminar enviándoles diez millones de besos, o 4 3/3 o dos millonésimas de beso, y se habría horrorizado ante la insinuación de que ello comportaba el más mínimo elemento sexual.

Aunque algunos autores hayan asociado a comportamientos patológicos de su personalidad las relaciones de Lewis Carroll con las niñas, y existan abundantes estudios que investigan lo que consideran unos claros 'trastornos psicológicos', pueden buscarse otras interpretaciones posibles. Es cierto que en una época como la actual, de extrema sensibilidad con estos temas, parece lógico preguntarse sobre la existencia de algo insano en el comportamiento de Carroll con las niñas. ¿Era lícito o saludable? Bien es verdad que, a la inversa, también podríamos preguntarnos a qué se debía o a qué se debe el comportamiento actual de los mayores con los niños y niñas. ¿Es lícito o saludable? En la época victoriana, en la alta sociedad en la que se desenvolvía Lewis Carroll, el trato habitual de los padres hacía los niños era muy distante. Eran tratados casi de usted y los padres aplicaban una disciplina férrea a los niños, sin apenas concesiones a la vida infantil o a los juegos. En el caso de las niñas la represión era aún mayor.

Cabe preguntarse si una niña inteligente, despierta, curiosa e interesada por todo cuanto le rodea, descubre a una persona mayor “diferente” con la que poder hablar, que resulta simpática y divertida, no resultará atraída por ella. ¿Por qué suponer que lleva oscuras intenciones? Resulta un tanto hipócrita y repugnante pensar que deban considerarse “buenos” a los represores del niño y “malvado” a quien de verdad se interesa por él.

(Continuará...)

1 comentario:

  1. Gracias Rodrigo, una estupenda y currada entrada. Sólo un detalle,cuando citas a Gardner:

    “…hoy, por desgracia, nos hemos vuelto todos reductores de cabezas aficionados"

    Me da la impresión de que hay un error en la traducción. En inglés, "shrink" es el término coloquial para psiquatra, viene de "reductor de cabezas", en efecto, pero se suele traducir mejor como "loquero" o cualquier otro término slang para psiquatra.

    http://en.wikipedia.org/wiki/Shrink

    A ver que dice Teresa sobre la entrada..:-)

    Saludos, Juan

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