sábado, 24 de julio de 2010

El reverendo Dogdson y la fotografía artística (II)


Seguimos con el espinoso asunto de Lewis Carroll y la fotografía artística de desnudos infantiles.

Con respecto a ello, la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi sugiere que el discreto profesor de Oxford aprovechaba sus sesiones fotográficas para dar curso, en forma inofensiva, a sus pasiones ocultas: El tímido profesor de matemáticas utilizaba toda clase de trucos y de embelesos para conseguir que las niñas posaran con gestos o expresiones insólitas, reflejo de cómo las veía, cómo las admiraba, cómo las fantaseaba. Por eso empleaba disfraces, quimonos, sombreros, lazos y raros vestidos, como usaba sus fábulas, historias y pasatiempos para seducirlas y conquistarlas. En ocasiones, tenía que inmortalizar a toda la familia para poder, finalmente, obtener el permiso de quedarse a solas con la niña.

Con todo, Peri Rossi admite, de todas formas, que nunca hubo intenciones aviesas o amenazas concretas en su proceder. En rigor, no hay el menor indicio, ni la más leve evidencia, de que Carroll se propasara alguna vez con alguna de ellas. La propia Alice Liddell creció para darse cuenta de quién era la persona que la inmortalizó en la imaginación popular e infantil, y jamás sugirió nada parecido. Muy al contrario, hasta llegó a corresponder, al parecer, a su amor algo platónico cuando ya era una mujer joven y en edad de casarse (como Mia Wasikowska en la película de Tim Burton, por cierto).

"Pasiones", la obra de Rosa Montero sobre amores de parejas famosas en el capítulo dedicado a Lewis Carroll y Alice Liddell llega a afirmar: «Pero el pedófilo de Lewis Carroll se las arregló para bordear toda su vida la línea del escándalo sin acabar de cruzarla». La autora critica duramente a Lewis Carroll, aunque en algunos aspectos no está correctamente informada: así por ejemplo, asegura que sólo se conserva una fotografía de desnudo, cuando al menos hay tres más, que incluimos junto a estas líneas en las dos entradas del blog.

Carroll era un espíritu sofisticado y un tímido, demasiado recatado para permitirse algún desliz con las niñas que fotografiaba. Si en algún momento hubo en su interior un torbellino de pasiones no permitidas, este vivió y murió en su interior, para atormentarlo en secreto, sin permitirle al parecer ir más allá.

En el siguiente blog se refieren también al tema:

http://www.margencero.com/Magazine/lumiere_carroll/entrada2.htm

El estigma de la pederastia, que asomó en el horizonte cuando la familia de Alice Liddell se enemistó con él, acabó concretándose en las murmuraciones que surgieron en torno a su labor fotográfica y a la infinidad de fotos que hizo de desnudos infantiles. En realidad, hay que decir que este tipo de imágenes eran habituales en la época y que abundaban incluso más tarde, en las postales del periodo eduardiano. Durante mucho tiempo se creyó que todas las imágenes de Carroll fueron destruidas por un sobrino y heredero suyo -el cretino de rigor-, y por las familias respectivas de las propias niñas.

Evelyn Hatch (1879)

Una de las realizadas a la niña Evelyn Hatch, en 1879, motivó una curiosa carta conservada hasta hoy, en la que su autor alude al asunto y se dirige a la madre de la niña para pedirle que interceda ante una pintora de la época y le evite a él mismo una situación que le parece embarazosa: “¿Se acuerda usted de esa foto que le hice a Birdie en cuclillas y de perfil, con una manito en la barbilla, antes de que aprendiera, ella misma, a considerar las ropas un elemento de rigueur? Fue una joyita que no tengo muchas esperanzas de repetir: y me encantaría, de ser posible, conseguir que la señorita Bond, de Southsea (a mi juicio, la mejor ilustradora fotográfica que existe) coloree una copia de la misma. Pero me resulta embarazoso pedírselo, la gente ve las cosas de manera tan distinta. ¿Sería usted tan gentil de pedírselo en mi lugar...?”

En 1880, 48 años después de haberse iniciado en la fotografía, sus prevenciones lo llevaron a abandonar airado, y para siempre, su trabajo artístico y ya nunca más volvió al cuarto oscuro. “Siempre tengo en el corazón la imagen de Alice, mi primera amiga niña, -escribió en su diario-, la que fue mi ideal durante tantos años. Desde entonces, he tenido decenas de amigas niñas, pero con ellas todo ha sido tan distinto...” Carroll murió en 1898, a causa de una bronquitis. Su venerada Alice lo sobrevivió hasta 1934, pero guardó, durante casi toda su vida, un discreto silencio respecto a su relación.

Hace unos años la casa Sothebys de Londres subastó varias de las pertenencias supervivientes de la pequeña Alice, entre ellas algunas de sus fotografías mejor conocidas, esos fetiches que muy probablemente inquietaron al pobre Lewis Carroll en la intimidad de su estudio. El mundo se los arrebató a precios exorbitantes, con el mismo entusiasmo que antes recibió la desconcertante historia de la pequeña Alicia extraviada en el fondo del espejo. Pero ni ella ni Carroll estaban ya allí, para aclararnos el enigma de su extraña amistad...

Alice Liddell casadera, foto de Julia Cameron (1872)

Para terminar, he aquí las propias palabras de Vanessa Tait, una tataranieta de Alice Liddell, sobre este asunto:

La explicación más interesante para mí es que Dogson estaba enamorado de Alice. Fue para ella que creó el País de las Maravillas; en ella concentró sus energías; y a ella se refirió, mucho tiempo después, en 1885, como "mi niña-amiga ideal". Pero si Dogson estaba enamorado de Alice, ciertamente no existe ninguna evidencia de alguna actividad sexual inapropiada. Ella lo recordaba con alegría; sus otros niños-amigos también.

La relación entre ambos terminó posiblemente porque la mamá de Alice, mi tatarabuela, Lorina Liddell, era ambiciosa, autoritaria y snob. Un profesor de matemáticas no era ni de lejos el marido ideal para su hermosa hija. El hombre con el que ella se casó fue Reginald Hargreaves. Él era rico, de campo, pero no tenía los altos estándares intelectuales a los que ella estaba acostumbrada.
Alice vio a Dogson muy pocas veces después de casarse. Mi madre recuerda una carta en la que ella le pedía ser el padrino de uno de sus hijos, pero él dijo que no cuando se enteró de que era un niño. Ese bebé, mi abuelo, se llamó Caryl. Siempre negó que fuera bautizado con ese nombre por Lewis Carroll, pero, en todo caso, es una referencia extraordinaria y un nombre poco común. Alice se conformó con su vida campesina: manejando su casa, criando a sus tres hijos, atendiendo reuniones del pueblo. Todo muy mundano, comparado con la vida de niñez.

Cuando Lewis Carroll hizo sus fotografías, ni siquiera Sigmund Freud había nacido, ni tampoco se había instalado la "teoría de la sospecha", que ha dominado toda la segunda mitad del siglo XX. Pero sería una injusticia y una simpleza acusarlo sin más de pedofilia (por lo demás, sólo se pueden juzgar los actos, no los deseos)...



Fotografía coloreada de Alice Liddell

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