viernes, 27 de marzo de 2015

LISBOA

Por sus calles...
 Por sus plazas...
 
 Por sus tranvías y elevadores...
 Por su río y su mar...
  Por sus vistas...
 
 Por ser patria de descubridores....
 
 
Por todo eso y por mucho más, Lisboa es una ciudad acogedora, cosmopolita y preciosa.....

Ex_Machina

Un joven programador, Caleb, después de ganar un concurso organizado por su empresa se prepara para conocer a Nathan, el misterioso y solitario director ejecutivo de la compañía.

Tras  viajar a un lugar remoto y aislado, recala en la futurista vivienda de su jefe que lo deja, literalmente, con la boca abierta. Una construcción integrada perfectamente en la naturaleza en la que, buscando la armonía y la paz interior a través del equilibrio, predominan las líneas rectas, los puntos de luz disimulados, mucho cristal y pocos objetos decorativos, entre los que destaca un cuadro de Jackson Pollock, el pintor de las erráticas salpicaduras, cuyos tonos fríos encajan perfectamente con el ambiente ascético que el excéntrico multimillonario se ha impuesto a sí mismo. Una estética Zen donde el empleo de la paleta de blancos, grises, ocres y beiges, pretende crear un ambiente sosegado, un remanso de paz, en el que poder reflexionar y trabajar sin distracciones inútiles. El orden por encima de todas las cosas.

La cuidada ambientación y la posibilidad de estar al mismo tiempo en diferentes espacios, merced a las paredes de cristal y las cámaras diseminadas por todos los rincones,  hace que te sientas como en un teatro, con la ventaja que ello supone en cuanto a cercanía y ausencia de intermediarios entre el personaje y el espectador pero con la desventaja de que la ficción resulta más obvia y, por tanto, más difícil de creer.

Si Caleb hubiera leído las historietas de “Mortadelo y Filemón”, del genial Francisco Ibáñez, sabría que cuando el profesor Bacterio aparece en escena lo mejor es correr, ya que el prestigioso científico de la TIA acostumbraba a probar sus nuevos inventos con alguno de los miembros de la empresa, la mayoría de las veces con resultados nefastos. Nathan, que no solo recuerda al profesor Bacterio por su cabeza pelada y su espesa barba negra, invita al joven a pasar una semana en su residencia para que participe en un experimento: debe interactuar con su última creación, una encantadora robot-mujer, para probar si la máquina es tan inteligente, o más, que los humanos.

Padre, Hijo y Espíritu Santo, la Santísima Trinidad; los tres Reyes Magos de Oriente; que no se note, que no se mueva, que no traspase, las tres reglas de toda buena compresa; el bueno y el feo que no serían nadie sin el malo.... Todo el mundo lo sabe: si no respetas la importancia del número tres atente a las consecuencias. Pues el debutante Alex Garland ha hecho caso omiso de esta máxima y al concebir su criatura se ha saltado las tres leyes de la robótica de Asimov:

Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.

Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la 1ª Ley.

Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la 1ª o la 2ª Ley.

¿Resultado? Una robot-a muy, pero que muy mala y ladina.

El delicado rostro de Alicia Vikander esconde una inteligencia artificial que, tras engullir toda la información proporcionada por el potente buscador ideado por su particular Dr. Frankenstein, al que desprecia, aprende a coquetear, mentir y manipular al joven programador que, fascinado, se deja arrastrar y aturdir por lo que él cree sentimientos humanos pero que en realidad no son más que acciones, fruto de las combinaciones más precisas de datos, para obtener el resultado exacto deseado.

Un thriller psicológico de ciencia ficción que después de películas como “Blade Runner”, de Ridley Scott, o “Artificial Intelligence”,  de Steven Spielberg, nada aporta al controvertido tema de la relación hombre-máquina.

Vale que podamos definir la película como elegante (sobre todo por el escenario en el que transcurre) y magnética (por los delicados movimientos de Ava y su innata capacidad para, como buena unidad de placer, jugar con su inexistente sexualidad para alterar la capacidad lógica de Caleb), pero el conjunto resulta algo aburrido y bastante previsible, por lo que decepcionará a todos aquellos que como yo creen que el cine debe ser, ante todo, puro entretenimiento.

Por si no se habían dado cuenta, no quiero terminar estas líneas sin hacerles notar que Ava posee unas medidas de infarto, un rostro angelical y una maldad digna de la mejor fémina que pudieran soñar: un paso más en la evolución de las maquinas pero siempre respetando los estereotipos que tanto nos ha costado perpetuar hasta la fecha.

¡Solo faltaría!