Elysium se refiere a los Campos Elíseos que, en la mitología griega,
era una sección del Hades (la morada de los muertos), un lugar
sagrado donde las sombras de los
hombres virtuosos y los guerreros heroicos llevaban una existencia placida y
feliz en medio de hermosos paisajes. Sus habitantes tenían la
oportunidad de regresar al mundo de los vivos pero rara vez volvían, ¿por qué habrían
de hacerlo?
Es
indudable la analogía existente entre Elysium
y el paraíso terrenal cristiano. De hecho Mat
Damon es presentado como un nuevo Mesías que deberá sacrificarse para
salvar a la humanidad.
Dejando
a un lado las reminiscencias religiosas, más o menos encubiertas, me interesa la
mezcla que Neill
Blomkamp ya supo utilizar, magistralmente, en “Distrito
9”, en la que una invasión alienígena sirve para denunciar el racismo,
la xenofobia y como el miedo a los otros condiciona nuestro comportamiento y alimenta
tópicos que nos hacen juzgar a los demás antes de verlos: ciencia ficción y
conciencia social.
En
esta ocasión su crítica se centra en algo esencial para el ser humano: la salud
y el acceso en igualdad de oportunidades a la misma. Si no vives en Elysium, en palabras de una ya célebre
paisana de Honrubia: “como te dé una miaja de apechusque,
la roscas”. Esta película solo puede analizarse en clave sanitaria:
la Tierra versus Elisysium; la sanidad pública versus la privada.
Año
2159. Estamos en la Tierra y hemos
tenido un pequeño incidente con la policía que, actualmente, ya no son empleados
públicos sino llamativos robots rojos a los que no les importa que les bajen el
sueldo o les quiten días de vacaciones. Además han sido programados para
incumplir las tres leyes de la robótica de Asimov pues, en estos días, no es la
condición humana lo que respetan sino el concepto de ciudadanía, algo muy difícil
de adquirir puesto que el visado o pasaporte que la acredita lleva al extremo
la noción de personal e intransferible: va impreso en la piel y mezclado con tu
ADN.
Acudimos
a un hospital para que nos den un par de puntos y, cuando abrimos las puertas,
podríamos decir que nos encontramos en las urgencias del Hospital de Toledo, o
cualquiera de los de Madrid, en el mes de agosto: cientos de pacientes pidiendo
ayuda, pocas enfermeras, menos médicos, ausencia de camas, medicamentos
escasos, gritos, llantos, desesperación. Las habitaciones, si las hay, ya no
son dobles o triples sino grupales. Y eso por no hablar del quirófano antes de
la operación, cuando el cirujano-matarife, mientras afila su machete para
destazar al pobre Matt, no puede evitar una carcajada a lo bestia cuando éste, minutos
antes de perder el conocimiento, le pregunta, ingenuo, si le va a doler… ¡Pues
claro que sí, joder!
En
Elysium, en cambio, cada casa cuenta
con una especie de cápsula o plataforma quirófano (algo que ya vimos en “Prometheus”)
en la que sus habitantes, cuando sienten el más leve síntoma de que algo va
mal, se echan una pequeña siestecita y salen como nuevos; no precisan anestesia
ni postoperatorio, no existen listas de espera (ni Gerentes que se las salten).
La
búsqueda de una oportunidad para sanar favorece la proliferación de mafias
dedicadas, a cambio de precios desorbitados, de fletar naves-patera, atestadas,
que rara vez consiguen aterrizar en el paraíso y si lo hacen todos sus
ocupantes son detenidos y devueltos a la tierra, sintiendose aún más miserables
de lo que eran cuando partieron. Pero los pobres, los desheredados, no se
conforman, es lo que tienen (algo que
olvidan frecuentemente los gobernantes de todo tipo).
Jodie
Foster encarna a un Minis-Trillo de Defensa cualquiera: antipática, inflexible,
ambiciosa. Cegada por el ansia de poder. Férrea defensora de las fronteras y
del control, algo que, como a muchos antes que a ella, acaba pasándole factura.
Llama
la atención el hecho de que pese a los avances en tecnología, en robótica, cuando
la cosa se pone fea volvemos a recurrir a lo de siempre: una especie de marine
tuneado, mitad Chuck Norris, mitad ninja, que utiliza, como arma más mortífera,
una catana (probablemente made in “Marto”, Toledo, Spain).
La estación espacial Elysium, con su forma de rueda de carro,
recuerda, como no, a la nave de “2001: una odisea del espacio”.
Que la sanidad sea universal se consigue aplicando al ordenador central la solución que siempre te recomiendan los informáticos sea cual sea tu problema: reseteándolo.
Ahora ya nadie muere ni enferma pero hay algo que me preocupa bastante, y que el director parece desconocer: la “catástrofe malthusiana”.
Ahora ya nadie muere ni enferma pero hay algo que me preocupa bastante, y que el director parece desconocer: la “catástrofe malthusiana”.
En fin, el resumen de esta película, por si no le ha quedado claro a la actual Ministra de Sanidad, se puede resumir con la siguiente frase: “Yo por mi salud, Mato”.
Jajaja, tengo que verla
ResponderEliminarPues si, me ha gustado. Más comercial que Distrito 9, pero bien contada, y la acción espectacular. El malo macarra da miedito...
ResponderEliminarY efectivamente, la sanidad del futuro recuerda las urgencias del H. de Toledo, jajaja...bueno, la parte de denuncia sanitaria y social, muy interesante. En línea con District 9 pero más actual.
ResponderEliminarLa mejor peli del verano por ahora, y ya va quedando menos...a ver la del Llanero solitario que tal.
Interesante alegoría: la inequidad en el acceso al sistema sanitario en su versión más cruel y extrema, desde luego. Jodie Foster más en plan Cristina Cifuentes que Minis-Trillo... y unos dispositivos sanitarios con los que ni se precisan profesionales. ¿Para qué un caro cirujano maxilofacial con el magnífico Med pod reparador de (ausentes) macizos faciales?...
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