viernes, 24 de mayo de 2013

Escritores americános: FRANCIS SCOTT KEY FITZGERALD

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua un “eufemismo” es cualquier manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante. El siglo XX está repleto de ellos.

28 de julio de 1914: el mundo en guerra. Cuatro años (finalizó el 11 de noviembre de 1918) de contienda salvaje en los que murieron más de diez millones de personas, entre civiles y militares. Un conflicto bélico que, por su magnitud, recibió el título de “Gran Guerra”.

Ese fatídico día de verano, Francis Scott Key Fitzgerald (nacido en Minnesota el 24 de septiembre de 1896), con apenas 17 años, es un chico provinciano de clase media que, gracias al dinero de su abuelo materno, persigue un sueño: alcanzar fama y riqueza. “Esto es lo que siempre he vivido: un chico pobre, en una ciudad de ricos (vivió durante su infancia en una casa situada en la parte pobre de la avenida más suntuosa de la ciudad), pobre en una escuela de ricos (la Newman School de New Jersey), pobre en una universidad de ricos” (en 1913 inició sus estudios universitarios en Princeton).

En 1917 abandona la universidad sin terminar la carrera, debido a su pésimo rendimiento académico, para alistarse en el ejército, quizás buscando un atajo que le llevará directamente a esa notoriedad que tanto anhelaba. Aunque la Gran Guerra terminó poco tiempo después, y fue licenciado sin haber llegado a embarcar hacia Europa, el uniforme consiguió atravesar las férreas barreras de clase y le introdujo, por la puerta grande, en un baile de la alta sociedad sureña donde conoció a la hermosa, exuberante y rica Zelda. Pese a todos los obstáculos que los separaban, y contra todo pronóstico, se casaron con poco más de veinte años en 1920.

Inician su vida en común en los “felices años veinte” (¡el 20 era su número!), periodo de crecimiento económico, a un ritmo nunca registrado hasta entonces, que se inició en Estados Unidos en 1922 y que benefició a toda la sociedad a la vez que generó una burbuja especulativa que finalizaría, abruptamente, el 24 de octubre de 1929, el Jueves Negro, día en el que dio comienzo la caída en la bolsa de Nueva York y con ella el Crac del 29 y la Gran Depresión.

Fitzgerald tenía una clara vocación como novelista, pero como las novelas (solo escribió cinco) nunca le proporcionaron los ingresos suficientes para mantener el opulento y glamuroso estilo de vida que, a ritmo de jazz, tanto él como Zelda adoptaron, nuevamente se vio impelido a tomar un atajo en su vida y se dedico, sobre todo, a escribir historias cortas, comerciales, para revistas y a vender a los estudios de Hollywood los derechos sobre su producción literaria.

El espejismo de la pareja perfecta, guapos, jóvenes, elegantes, inteligentes, acuciados por los problemas económicos, se diluyó de golpe: se alejaron el uno del otro. Fitzgerald, macerado en alcohol, falleció victima de un infarto a los cuarenta y cuatro años de edad; ella lo haría, ocho años después, víctima de un incendio en el psiquiátrico donde estaba ingresada a causa de la esquizofrenia que padecía. Ambos fueron enterrados en el Cementerio de Saint Mary, en Rockville, Maryland. Su epitafio es un fragmento de “El Gran Gatsby“: “Y seguimos remando, botes en contra de la corriente, llevados de vuelta incesantemente hacia el pasado”)

Con esas palabras se apagó la voz del portavoz de la “Generación Perdida”, nombre que acoge a varios de los mejores escritores estadounidenses de todos los tiempos, que vivieron en París y en otras ciudades europeas entre el final de la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión. Esta generación (en Francia, país en el que vivieron muchos de ellos, también se les conoce como la “Generación del Fuego”), eclosiona en la literatura norteamericana durante la llamada “Época airada” o de los excesos (fraudes, quiebra bancaria, emergencia de mafias criminales dedicadas al tráfico de alcohol a causa de la Ley Seca aprobada en el Congreso de Estados Unidos en 1919 y que no fue derogada hasta 1933). Entre sus miembros, además de Fitzgerald, destacan Dos Passos, Hemingway, Faulkner y Steinbeck. Todos ellos experimentaron de cerca los horrores de la guerra; todos ellos se opusieron a la prohibición y como “húmedos” convencidos, vivieron y murieron victimas de un alcoholismo desbocado y destructivo.

Después de conocer algo sobre la vida de Scott Fitzgerald no hace falta decir que “El Gran Gatsby”, su novela más conocida, tiene mucho de autobiográfica. Es la crónica social de una época. Para luchar contra el sentimiento de provisionalidad que se apoderó del mundo tras la guerra, los jóvenes de las clases privilegiadas, arropados por su dinero, se sumergieron de lleno en una vorágine de fiestas, música y alcohol, envueltos en una perenne lasitud que los aislaba de la miseria y el desencanto; una existencia de relajamiento moral e infranqueable separación de clases sociales.

La lucha de un hombre en busca de un sueño que, cuando cree alcanzar, se le deshace entre las manos. Para contarnos la vida hueca de los ricos, egoístas y vacíos, Scott Fitzgerald se desdobla en el libro, protagonista y narrador a la vez, y nos hace participes de su propia decepción.

Gatsby representa el mundo exterior, el ELLO, el polo pulsional, esa caldera de hirvientes estímulos llena de impulsos contradictorios; Nick Carraway representa el mundo interior, el SÚPER-YO, la conciencia moral que castiga con sentimientos de culpa e inferioridad al YO, parte mas o menos racional y reflexiva de la personalidad, abierta al mundo, esa que debe ejercer de agente de adaptación y que, al fracasar en su labor, aboca al SÚPER-YO, incapaz de soportar la conciencia adquirida del vacío existencial, a la nausea y al rechazo del genero humano.

Nick Carraway ejerce de Pepito Grillo de todos los demás, haciéndoles ver sin palabras, a través de su desencanto más que palpable, lo vacua y demencial que es la vida que llevan. Darse cuenta de que nos les importa, adquirir conciencia de su extrema crueldad, de tanta superficialidad, le lleva a recluirse en un sanatorio porque llega a odiar a la humanidad entera.

Como terapia, y para tratar de reconciliarse con el mundo exterior, extraño y hostil, el escritor mata a Gatsby, su parte pública, de una manera tan triste y absurda como triste y absurda ha sido su imaginaria vida, buscando con ello su redención.

Estamos condenados a ser libres y eso asusta, pero rechazar el uso de esa libertad y dejarte adormecer por el alcohol, los falsos oropeles y los asfixiantes convencionalismos sociales te acaba asqueando.

¿Qué si me ha gustado la película dirigida por Baz Luhrman? Sí, mucho. Creo que los cuatro actores principales, Leonardo DiCaprio, Tobey Maguire, Carey Mulligan y Joel Edgerton, están magníficos. En cuanto al exceso visual que tanto se le critica (las fiestas, las luces, los colorines) me parece muy acertado porque cuando cesa, y lo hace, te permite la introspección que una novela como esta necesita para llegar a identificarte con ella.

¿Por qué creó que es una buena adaptación del libro? Porque cuando terminó sentí lo mismo que al leer éste: una profunda tristeza.








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