domingo, 27 de enero de 2013

El vuelo (Flight)

AVISO: se desgrana el argumento de la película

Jordi Costa, crítico de “El País”, pese a reconocerle cierto merito a esta película, termina despreciándola al calificarla de “convencional drama redentor propio de un telefilme de sobremesa”, algo con lo que no estoy en absoluto de acuerdo. Ese análisis indica que se ha quedado en la superficie y que no ha llegado a implicarse en la historia.

Flight” es mucho más que una película sobre un piloto alcohólico y drogadicto que, al final, reconoce que lo es y acepta ir a la cárcel para redimirse. Es una película que habla sobre la hipocresía.

El capitán Whip Whitaker (magnífico Denzel Washington) hace gala de una egolatría sin límite. Con una seguridad en sí, mismo, pasmosa, pilota “su” avión día si día también, después de noches enteras sin dormir, sin parar de beber y colocándose con cocaína para “reponerse” de las terribles resacas y de la falta de sueño. Cuando inicia el vuelo éste es otro más de su dilatada carrera. No hay nada distinto. Empieza con unas “graciosas turbulencias” que acojonan un poco al pasaje y hacen sonreir a la tripulación y, cuando la cosa se tranquiliza, pone el piloto automático, deja al copiloto al mando y se echa una siestecita de la cual despierta, de manera brusca, cuando uno de las partes del avión se rompe y comienzan a descender en picado.

A partir de ahí, colocado o no, toma el mando de la situación mientras el resto (todos sobrios, limpios y en pleno uso de sus facultades) grita, llora o reza, incluidos el copiloto y las azafatas. Gracias a su sangre fría, pericia, rapidez de reflejos y, no vamos a negarlo, cierta temeridad, el capitán Whitaker consigue aterrizar el avión salvando a 96 de los 102 pasajeros (es decir, mueren cuatro personas, porque los dos de la tripulación no cuentan ya que por ellos la compañía no debe pagar indemnización pues la muerte entra dentro de los riesgos inherentes a su profesión).

No es cierto que nadie lo agasaje como un héroe dado que, cuando despierta en el hospital, a quien primero ve es al representante del sindicato de pilotos, viejo conocido sí, pero que está allí no como amigo sino en misión oficial, por lo que no puede darle ningún tipo de información. Inmediatamente le interrogan los miembros de la NTSB (Junta Nacional de Seguridad del Transporte), le persiguen los medios de comunicación, le buscan un abogado….

El hecho de que se le reconozca que solo él hubiera podido salvar a tanta gente (distintos pilotos hacen simulaciones en las mismas condiciones del vuelo y ninguno consigue salvar a los pasajeros) pasa a ser irrelevante porque lo que importa son los cuatro muertos por los que habrá que indemnizar a las familias, y nadie está dispuesto: el dueño de la aerolínea, un ricachón, gordo y sin escrúpulos, no quiere soltar un duro; el sindicato de pilotos no quiere que su imagen se vea dañada. Así todos, incluida la NTSB únicamente quieren un cabeza de turco para cerrar un episodio que no les quita el sueño pero si les molesta.

El protagonista, totalmente perdido en sus adicciones, en su miedo, en su culpa, no entiende lo que pasa. Se ve solo, se siente solo y ya condenado.

Los que le rodeaban (esos que ahora le miran con ojos acusadores) ese día estaban aquejados de una grave ceguera moral: el copiloto, quien después le reprocha que el aliento le apestaba a ginebra, antes de iniciar el vuelo calla y no denuncia la situación ni le exige que no pilote en esas condiciones. Todas las azafatas, incluida la jefa, conocían su predisposición a volar con unas copas de más y sin haber dormido, y, lejos de poner en sobre aviso a la compañía, le servían sonrientes el café y las aspirinas. Igualmente el representante del sindicato, ese viejo amigo, conocía su afición por la bebida y jamás hizo nada en defensa de los cientos de personas que cada día ponían sus vidas en manos de un jodido borracho.

Todos lo sabían, nadie hacía nada y, cuando ocurre la tragedia, todos se erigen en jueces y verdugos de un hombre que basa su débil defensa en que “ese día” fue “un día más, igual que los otros, para la tripulación”. ¡Y era cierto!

Y a ese mismo hombre, castigado y abandonado por todos, en la vista, que no juicio en teoría, se le exige que ejerza de dedo acusador y ratifique que quien bebió durante el vuelo fue una de las azafatas que no logró salir con vida. Es entonces cuando ya no puede más y confiesa. Pero lejos de considerar que confiesa su alcoholismo en un gesto noble de sacrificio y arrepentimiento, yo lo entendí como una consecuencia del desconcierto que le invade y el no querer seguir las reglas de un juego que el resto de la sociedad le obliga a aceptar si quiere salir indemne.

Su confesión es un grito: “¡Basta ya! Estaba borracho, sí; no había dormido, sí. Pero ese no fue el motivo de que el avión se estrellará. Yo no maté a 6 persona, salve a 96”, mientras el resto de los culpables calla y mira al suelo…..

Me ha gustado mucho.

3 comentarios:

  1. sigo vuestro blog desde Google Reader y la verdad es que me gustan mucho vuestras críticas y recomendaciones.

    Aun así hoy os tengo que dar un palo: habéis destripado la película sin avisar en el segundo párrafo ;(

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  2. ¡Uy!, lo siento de veras. La verdad es que de esta película salí muy indignada y me dejé llevar cuando escribí la crítica. No obstante, te aseguro que merece la pena verla (nunca es igual que te la cuenten). De hecho te puedo decir que la persona que me acompañó, vió otra película totalmente distinta ya que no le gustó absolutamente nada.

    De nuevo disculpas

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  3. No pasa nada, haré como que ya he leído el libro :-)

    Un saludo

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