Decir Tarantino, es decir sangre, sudor y lagrimas (pero de risa). De hecho, toda crítica que se precie sobre cualquiera de sus películas debería ir escrita en rojo para dar idea de la importancia que la sangre tiene para este americano, medio psicópata, que ha hecho de la violencia, la barbarie, el esperpento y la exageración, sus señas de identidad. No es un cine apto para cualquier alma, pues aquellas de natural sensible no podrán soportar ni tan siquiera los primeros 20 minutos de esta historia.
Dicho esto, al resto solo nos queda DISFRUTAR, con mayúsculas, de un homenaje a los Spaghetti Western, al lado de cuyos protagonistas “El bueno, el feo y el malo” solo podrían aspirar a “los santos”, porque la película, bestia, repleta de humor negro, macabro a veces, deja en mantillas a cualquier otra de vaqueros, forajidos y caza recompensas jamás filmada.
Jamie Foxx, Leonardo DiCaprio y Christoph Waltz, (no entiendo como solo está nominado al Oscar éste último) nos regalan un duelo interpretativo en el que no sabes con cual quedarte. Tres hombres diferentes, por como les ha tratado la vida, pero igual de arrogantes y fuertes, que se enfrentan en una farsa negociacidora que pone a prueba su fortaleza, contención y poder. Podemos disfrutar del físico espectacular de Jamie, de la capacidad camaleónica de Leo que, pese a su cara de niño bueno, se gana nuestro odio eterno en su papel de dueño de la plantación, torturador de esclavos y promotor de peleas, a vida o muerte, entre negros, y de, como no, el alemán favorito de Tarantino, la nota exótica en este sabroso coctel sureño.
A su alrededor, secundarios de lujo van y vienen proporcionando unas secuencias inolvidables, unas por las carcajadas que te arrancan sin parar (¡que risa Don Johnson y los suyos!) y otras porque te revuelven el estomago con escenas excesivamente sanguinarias y largas, en las que el director parece recrearse. Entre éstas últimas se encuentran las proporcionadas por los “apás” (Apá, es un oso montañés, rudo, vago y poco sociable, perteneciente a “Los Osos Montañeses”, personajes de ficción creados por la factoría estadounidense de animación Hanna-Barbera, que cuando habla, masculla las palabras entre dientes, por lo que apenas se le entiende y cuyo pasatiempo favorito es tumbarse a la sombra, para echar la siesta, mientras se fuma una pipa, con su rifle al alcance de la mano) zarrapastrosos y sus perros.
Samuel L. Jackson, prácticamente irreconocible, como criado principal de la plantación “Candyland”, un vendido, pelota y traidor, que al final obtiene lo que se merece. En cuanto a las mujeres tienen un papel muy secundario, como corresponde a una buena del Oeste, y ejercen de simples objetos decorativos o como atrezzo que hace más visible, si cabe, el salvajismo de la película gracias a su facilidad para salir despedidas por el aire cuando les dan un tirito de nada.
La banda sonora, elemento fundamental en Tarantino, excepcional como siempre. Una demostración maestra sobre cómo encajar cada pieza musical en el momento concreto de manera que ralentice o agilice el ritmo, según toque.
En resumen, una película MUY: divertida, entretenida y bárbara.
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