martes, 30 de agosto de 2011

MI PRIMERA VISITA AL MUSEO DEL PRADO

Fui de rebote, lo reconozco. Mi intención inicial era visitar en el Thyssen (uno de mis museos favoritos, junto con el Musée d'Orsay en París y la Galleria degli Uffizi en Florencia que también tengo la enorme suerte de conocer) la exposición de Antonio López, pero fue imposible. Llegué a los 10,30 de la mañana y ya un cartel en la puerta anunciaba “últimas entradas para ver la exposición de Antonio López”. Pensé que no podía ser que la quitarán tan pronto, pero claro no se refería a eso sino a que para ese sábado solo quedaban entradas ¡a las 10,45 de la noche! (si van a ir en fin de semana compren las entradas por Internet, no se arriesguen). Entonces decidí intentarlo en el Prado no muy convencida porque siempre que he querido verlo las colas eran impresionantes. Pero tuve suerte. No hubo problemas ni para entrar ni para comer y además puede hacer la visita sin excesivas aglomeraciones algo que casi es un lujo.

Quiero destacar el buen funcionamiento del museo: El acceso está muy controlado y perfectamente organizado. El personal es atento y con una disposición envidiable y la información para hacer los recorridos es clara y perfectamente estructurada. ¡Se nota que reciben millones de visitantes!.

Debo decir que el edificio, algo en lo que me suelo fijar mucho, tan majestuoso e impresionante por fuera, me pareció bastante feo por dentro. No me gustó la remodelación del claustro de los Jerónimos (la iglesia de los Jerónimos me pareció una preciosidad y sentí mucho no poder visitarla por dentro al estar cerrada) que hizo Moneo y que parece ser que popularmente se conoce, debido a su aspecto exterior, como “el cubo de Moneo”. Yo tengo un problema con este señor porque no entiendo su empeño en el uso de cristales, acero y formas geométricas futuristas en edificios clásicos, en ciudades patrimonio de la humanidad y en paisajes idílicos. El afán por dejar su impronta destrozando, desde mi punto de vista, verdaderas joyas arquitectónicas, supera con creces al respeto debido a la historia.

Decidí empezar
con la obra de Goya (la más extensa de toda la colección). Sus retratos de corte, las escenas bélicas, las pinturas negras…. Estas últimas no me impresionaron tanto como esperaba excepto “Saturno devorando a sus hijos”. ¡Realmente resulta sobrecogedora!. En cambio “Los fusilamientos del 2 de mayo” no produjeron en mi agitación alguna. Ya sé que habrá gente que pensará que no tengo ni idea, como así es. Lo que yo busco cuando contemplo una obra de arte, puesto que no soy entendida en el tema, es la emoción estética. Esa que al escuchar una pieza de música, contemplar un cuadro o una escultura, te hace detenerte, volver a mirar y sacude tu interior conmocionándote de alguna manera para, a continuación, despertar tu curiosidad y hacerte desear conocer datos sobre el autor, lo que representa la pieza en concreto o el marco histórico en el que fue concebida.

Defiendo que no se precisan nociones sobre técnicas pictóricas, escultóricas o musicales para poder apreciar la belleza de algo. No creo que una persona cultivada pueda apreciar mejor una obra de Mozart que otra que no lo sea. La primera sabrá el tipo de composición de que se trata, si predomina el violín o el chelo, el momento en que el autor la compuso y, tal vez, que pese a ser un genio murió pobre y fue enterrado en una fosa común. Al segundo, ignorante de todo eso, solo le conmoverá, le turbará, le agitara por dentro, sin que entienda el por qué…. Pero ¿acaso no es ese el objetivo último del arte?.

Aunque el cuadro de Goya, como ya he dicho, no me impactó especialmente, si descubrí otro cuadro sobre la misma temática, del que no podía apartar los ojos: “Fusilamiento de Torrijos en la playa de San Andrés (Málaga)”, de Antonio Gisbert Pérez, pintor del que, hasta ese momento, nunca había oído hablar.

Lo primero que sorprende son las dimensiones del lienzo, 390 x 601 cm. Después te atrapa el contenido. Como desconocía el hecho histórico que representaba me he informado posteriormente en Internet. Se corresponde con uno más de los penosos capítulos de guerras, traiciones y venganzas de los que está repleta la historia de España. Conocer quienes eran los representados en el cuadro ha hecho que sintiera más pena, pero no ha incrementado el gran impacto que me causó cuando lo vi.

Dividido en tres partes, en la primera, la más cercana, aparecen los ya fusilados. El desmadejamiento de los cuerpos, la sangre brotando de las heridas, el sombrero caído, los detalles (que aquí no se perciben bien) de las ropas… ¡Acongoja!. En el plano siguiente se sitúa el General Torrijos agarrando las manos de dos de sus compañeros. La dignidad del caudillo, que resplandece en su rostro y en su porte, destaca sobre el comportamiento y la manera de enfrentarse a la muerte del resto de sus acompañantes: Dos se abrazan para darse ánimos mutuamente, otro parece rezar, la locura brilla en los ojos de un tercero, otro parece mirar al pintor; al de más edad, a quien le están vendando los ojos, destaca por su actitud desafiante… Entre ellos los frailes que cumplen su tarea de manera desapasionada. Por último el pelotón de fusilamiento, más borroso, esperando pacientemente en formación, la orden de su superior para completar su cometido. Junto a un mar no en calma y en un día brumoso y gris, las figuras de los condenados irradian una luz que habla de su nobleza, de la defensa de la libertad y denuncia la traición y vileza que supuso este acto.

Es un cuadro muy rico en matices, con una gran carga emocional. El pintor logra que cada uno de los personajes que aparecen en el mismo cuente, a través de la expresión de la cara y de la colocación del cuerpo, una historia. ¡Realmente es magnifico!. Sé que en el Prado hay muchas obras conocidas mundialmente, pero yo os recomiendo que, cuando vayáis, no salgáis de allí sin haber dedicado un tiempo a contemplar este cuadro. ¡Seguro que no os dejará indiferentes!.

Otra de las pinturas que me sorprendió enormemente fue “El jardín de las delicias” de El Bosco. Mi sorpresa no viene tanto por el contenido del cuadro, sin duda llamativo por el abigarramiento de elementos, la compleja simbología, la profusión de figuras y la utilización del color para diferenciar cielo, vida e infierno, sino porque de repente pensé: “Dalí copió a El Bosco”. ¡El Bosco pintó “El jardín de las delicias” hacia 1485!. No puedo imaginar la cara de la gente de esa época cuando contemplará este cuadro: Estupor, horror, asco, rechazo a la par que atracción…. Pero es indudable que recuerda al pintor de Figueras, solo que a éste le obsesionaban los saltamontes y las mariposas y El Bosco prefería los peces. También recomiendo prestar atención a este tríptico por su singularidad y originalidad. Casi es un jeroglífico que invita, aún sin saber nada del pintor ni de su obra, a intentar descifrarlo.

También deseaba ver el retrato de María I de Inglaterra (pintado por Antonio Moro), hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón. Mi interés, en este caso concreto, no era la obra ni el pintor sino el personaje representado. Hace poco terminó la fantástica serie “Los Tudor” que he seguido con mucho interés y María Tudor era uno de los personajes claves. Quería ver de cerca a “Bloody Mary” apodo que se ganó debido a que condenó a casi 300 religiosos disidentes a morir en la hoguera cuando volvió a instaurar el catolicismo en Inglaterra.

Es evidente que conocer un museo de estas dimensiones e importancia precisa más de un día. Aunque estuve dentro unas 6 horas, incluida media hora para comer, y lo recorrí casi entero, se necesita más tiempo para detenerte en cada obra y pensar en su posible significado o disfrutar solo de su contemplación porque te relaja. Por supuesto volveré.

1 comentario:

  1. Nosotros tuvimos la ocasión de ver la exposición de Sorolla que de por sí era impresionante pero tal como tu dices también lo es el museo y la organización. Ahora nos falta ver las exposiciones permanentes. Por otra parte coincido plenamente contigo en que la apreciación del arte está en las sensaciones que nos producen a los que no somos expertos

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