miércoles, 10 de agosto de 2011

"El abominable hombre de Säffle"

Al ser el objeto de estudio de la Sociología el individuo en sociedad, cada vez proliferan más aquellos que por el hecho de ser uno de los primeros y pertenecer a la segunda se consideran cualificados para realizar experimentos, análisis o estudios sociológicos, demostrando con ello un desprecio total y absoluto hacia los profesionales de esta disciplina, por lo que, de seguir así, no será la adaptación al Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) lo que acabe con nuestra titulación académica, sino el hecho de que, de repente, se haya convertido en una “ciencia infusa” al alcance de cualquiera. A nadie se le ocurre pensar que leer un par de libros sobre edificios te convierta en arquitecto y sin embargo parece que los cinco años de estudio que supone adquirir nuestros conocimientos son una pérdida de tiempo ya que cualquiera puede disertar sobre temas sociales aunque lo hagan, la mayoría de las veces, con “premeditación, alevosía y más pena que gloria”, como diría Sabina.

¿A qué viene este pequeño alegato en defensa de la profesión?, pues a que en la segunda novela que para este verano recomendó el Club de Novela Negra de la Librería Taiga de Toledo, “El abominable hombre de Säffle”, los autores, Maj Sjöwall y Per Wahlö, pareja de novelistas suecos, al integrarnos en el argumento (“Los sociólogos estaban muy mal vistos en la policía, especialmente desde que habían empezado a ocuparse cada vez más de las actividades y actitudes policiales” (…….). “Para esos odiosos sociólogos no había nada sagrado”.) nos otorgan un reconocimiento que muchas veces se echa en falta. ¡Bien por ellos!.

Casi al empezar los autores condenan, realizando un completo análisis desde la perspectiva de la Geografía humana (aborda el estudio de la ciudad como espacio heredado, objetivo y percibido), el desarrollo sufrido por el centro histórico de Estocolmo durante esos años: “Desde la última década, el centro de Estocolmo había sido objeto de una transformación radical e implacable: Barrios enteros fueron arrasados para construirse otros nuevos; se había alterado la estructura urbana y la red de tráfico se extendía cada vez más. Pero la nueva actividad inmobiliaria no estaba impulsada por el deseo de crear un hábitat con condiciones humanas sino más bien por la ambición de los propietarios de explotar al máximo los valiosos terrenos. (…) no se habían limitado a demoler el noventa por ciento de los edificios y a borrar el trazado original de las calles; también habían violentado la topografía natural”.

En el segundo capítulo, el mejor de todos, describen, de manera acertada e intensa, la situación en que se encuentra la víctima durante su estancia en el hospital (“le molestaba hasta la nausea el putrefacto hedor que desprendían tanto las flores que había en la mesa como su propio cuerpo devastado”) para, posteriormente, relatar el espeluznante y brutal crimen. A partir de ahí los autores se pierden, pasando del genero policial al tratado político, y viceversa, una y otra vez a lo largo de todo el libro

Creo que la novela tiene un marcado carácter panfletario, bastante sesgado, ya que rezuma la ideología de izquierda que ambos autores profesan, algo que se hace presente, palpable y evidente en el hecho de que el único policía que no aparece retratado como una mala bestia, como un cabrón consentidor por una lealtad mal entendida o como un completo imbécil, es el único poli comunista (“Censura”, pensó Gunvald Larsson (…). No se podía esperar menos de esa sociedad paternalista vendida al capital”), al que, como no podía ser de otro modo, todos sus compañeros desprecian y que también es el único que en el momento crucial mantiene el tipo y hace lo que se espera de un buen defensor de la ley. En cuanto al inspector Martin Beck, supuesto protagonista de la historia, apenas es una gota más en el maremágnum de agentes que componen la trama.

Si una novela negra se define por el número de policías que salen en ella, ésta es NEGRA OSCURA… ¡Si hasta los taxistas son policías!. Lo que me hace pensar que la crítica feroz hacia este cuerpo tiene mucho de personal y que los autores tuvieron sus dimes y diretes con ellos en algún momento de sus vidas.

La denuncia que se hace de los métodos policiales, del monopolio de la violencia y del uso y abuso que de de la misma realizan los miembros de las fuerzas de seguridad del Estado, constituye el epicentro de la historia. Sin negar la posibilidad de que en la actualidad se produzcan casos, hoy en día la mentalidad de servicio público predominante, unida a un minucioso escrutinio permanente del trabajo de los policías en los medios de comunicación, y un mayor conocimiento por parte de los ciudadanos de sus derechos, hacen más difícil la existencia de una brutalidad policial sistemática. Se han instaurado numerosos controles políticos, sociales e institucionales, que garantizan un rápido conocimiento, condena y castigo de cualquier tipo de conducta punible o abuso policial.

A mitad del libro ya sabes quién es el asesino y, peor aún, conoces sus motivos, por lo que nada queda para la imaginación. El colmo es que ante un francotirador que solo dispara a policías, rodeado de policías por tierra y aire, se piden voluntarios dispuestos a morir y se presenta un obrero de la construcción (la lucha del proletariado) con más arrojo, entrega y puntería que todos los policías presentes para solucionar el problema:

“Ni en dioses, reyes ni tribunos,
está el supremo salvador.
Nosotros mismos realicemos
el esfuerzo redentor.”

En fin, esta novela, aún reconociendo que tiene cosas buenas, resulta un poco tendenciosa, cargante muchas veces y bastante aburrida en su conjunto por el empeño de aleccionar que supera con creces al empeño de entretener.

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