martes, 11 de noviembre de 2014

INTERSTELLAR

El mundo que conocemos se muere. Cada minuto que pasa las opciones se reducen y sobre el futuro de la raza humana planea una enorme interrogación. Mientras el pueblo se sacude el polvo de encima y mira al cielo esperando agua, como siempre ha hecho el hombre desde que se convirtió en agricultor, las mentes superiores, esto es los integrantes de la NASA, se sacuden las opiniones que cuestionan su labor y miran al cielo esperando que proporcione una autopista hacia un lugar habitable.

Nadie mejor para ejercer de colono interestelar que el piloto Cooper al que da vida Matthew McConaughey un duro tejano (¡yiiiiihaaaa!) acostumbrado a los rigores del clima ("Hay cuatro estaciones en Texas: casi verano, verano, todavía verano y Navidad") algo muy útil cuando no sabes qué tipo de atmosfera te vas a encontrar en el nuevo planeta.

El caso es que Cooper, además de piloto ingeniero, es elegido para conducir y liderar al grupo de exploradores que si cumplen su misión habrán realizado la mayor hazaña en la historia de la humanidad: viajar más allá de nuestra galaxia para descubrir si algún otro planeta puede depararnos una nueva oportunidad, un futuro.

La importancia de la familia, gente sencilla luchando contra la adversidad, vecinos que se apoyan en caso de catástrofes. Las tormentas de polvo están tan bien logradas que casi hacen que carraspees y te lleves una mano a la boca para protegerla. Hasta ahí la historia parece atractiva y es asequible.

La cosa empieza a complicarse cuando introducimos un ingrediente, siempre conflictivo, en la mezcla: el deber. Ser ese padre que, por encima de todo, ama a sus hijos y jamás los abandonaría, o ser ese héroe que elige el sacrificio individual en aras del bien colectivo. "Ser o no ser, he ahí la cuestión". Aunque no crean, tampoco es que Cooper se lo piense mucho tiempo porque entre cultivar maíz y sentarse en el porche de su granja a esperar una lluvia que nunca llega, o calzarse las botas de cowboy espacial y poner rumbo a lo desconocido, la elección la tiene clara incluso antes de que se lo propongan.

Agujeros de gusano, relatividad, espacio/tiempo, dimensión, tridimension, cuatridimension, singularidad, densidad, viajes en el tiempo... El verdadero problema comienza con el despegue de la nave porque a partir de ahí la historia solo es apta para físicos teóricos, astrofísicos, ingenieros aeroespaciales y frikis muy frikis (¡pero frikis de letras!) que con tal de experimentar la gravedad cero un par de horas (bueno en esta ocasión casi tres) son capaces de perdonarle al director todo lo que no entiendan. ¡Por algo es el futuro!

He leído que Nolan ha sido asesorado por un astrofísico, Kip Thorne, profesor de física teórica en el California Institute of Technology, ya jubilado, que ha dedicado gran parte de su vida a estudiar los agujeros negros, esas estrellas del cosmos que en lugar de explotar o apagarse, colapsan hacia un punto llamado singularidad. Resultado: la película tiene más de ciencia que de ficción, con el consiguiente sacrificio del entretenimiento.
Es indudable que en este tipo de superproducciones, en las que se invierte tanto dinero, siempre hay cosas espectaculares, ¡que menos! Así destacan los robots que en esta ocasión han rechazado el antropomorfismo prefiriendo una figura geométrica, con forma de bloque rectangular, que se desplaza tanto como una hélice como imitando el movimiento de los gorilas. ¡Son geniales! Igualmente me parecieron preciosas las imágenes del planeta helado. ¡Y qué decir de las olas gigantes!

En cuanto al prototipo de nave de la película no es nada original pues Stanley Kubrick, allá por el año 1968, ya llevó al cine en "2001: una odisea del espacio" la idea de una nave que gira constantemente para generar gravedad. Pero el nombre de la misma, Endurance (algo así como resistencia), me recordó el libro "Atrapados en el hielo" de Caroline Alexander que me recomendó mi amigo Juan. Narra la hazaña del famoso explorador Ernest Shackleton y una tripulación de veintisiete hombres que, en agosto de 1914, partieron hacia el Atlántico sur para realizar el primer viaje a pie por la Antártida. Tras abrirse camino por helado mar de Weddell, y cuando les faltaban sólo ciento sesenta kilómetros para llegar a su destino, su barco, el Endurance, quedó atrapado en los hielos y su tripulación, abandonada a su suerte. Su terrible experiencia duró veinte meses en los que realizaron dos intentos casi fatales de escapar antes del rescate final. El texto va acompañado de las increíbles fotografías que Frank Hurley tomó durante la aventura y que muestran la muda e impresionante belleza del océano Austral, la terrible destrucción del barco y la heroica lucha diaria de la tripulación para sobrevivir. Es un libro fantástico y estremecedor.

Volviendo a nuestra aventura espacial no hay ningún papel memorable pese a contar con buenos actores como Jessica Chastain o Michael Caine. Podemos destacar, por lo mala, la interpretación de Anne Hathaway de una mema, cursi y sentimentaloide científica, que nos tortura con complicadas teorías sobre que el amor es una fuerza potente cuyos resultados desconocemos. 

¡Cada vez que sale en pantalla acabas deseando que te trague un agujero negro!

En fin, que quieren que les diga.

Desde mi punto de vista el intento de Nolan de insuflarle alma, corazón y vida a las matemáticas y a los cálculos cuánticos fracasa estrepitosamente y acaba pasando factura a los espectadores.

Dicho lo cual, que cada palo aguante su vela.


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