viernes, 10 de octubre de 2014

Senderos de gloria

La película se inicia al son de “La Marseillaise”, himno nacional de Francia, y su exaltación del ánimo patriótico:

“Allons enfants de la Patrie
Le jour de gloire est arrivé”

Kubrick nos muestra sus senderos.

Durante ochenta y nueve minutos asistimos perplejos al desarrollo de una ofensiva de guerra gestada en los despachos de los integrantes del Estado Mayor, que alegan presiones de los políticos y de la prensa para que ganen la guerra, se mueven en palacios versallescos, toman coñac de marca y asisten a bailes de gala.
Mientras, las tropas sobreviven en las angustiosas trincheras. Kilómetros y kilómetros de zanjas de las que muchos nunca llegaran a salir. Desconcierto, tensión y rabia contenida ante el cinismo de los que mandan y deciden, sin exponerse nunca al peligro, sobre la vida de los demás. ¡Algo muy de actualidad mal que nos pese!

En la Francia de 1916, durante la I Guerra Mundial, el Estado Mayor decide tomar “La colina de las hormigas”, una inexpugnable posición alemana. El General Boulard traslada la orden al General Mireau quien en un primer momento, aunque sin demasiada convicción, rechaza de plano la propuesta para enseguida cambiar de idea a lo que contribuye la amenaza velada de un posible retiro y la promesa explícita de un ascenso seguro.

El encargado de dirigir el ataque sobre el terreno será el coronel Dax quien ante el cinismo de su superior, que le expone claramente que una vez se produzcan las bajas necesarias en el regimiento aun quedara un porcentaje elevado de soldados para tomar la colina, se niega por lo que el general, escandalizado, apela a su patriotismo. Él le responde con las palabras del Dr. Johnson (poeta, ensayista y critico literario): “El patriotismo es el último refugio de los canallas”.

La misión, crónica de un desastre anunciado, se convierte en un infierno en el que perece gran parte del regimiento. Los escasos supervivientes emprenden la retirada hacia las trincheras, ante lo cual el alto mando militar, preso de una pataleta impresionante y muy irritado por la derrota, decide imponer un severo castigo que sirve de ejemplo a los cobardes.

Los cabezas de turco, elegidos al azar, serán un cabo y dos soldados rasos:

- Uno, debido a un golpe que recibió en la cabeza al caerle encima un cadáver, pasó desvanecido dentro de la trinchera el tiempo que duro la ofensiva.

-El segundo, héroe de guerra, apenas llega a las propias alambradas francesas recibe la orden de retroceder.

- El tercero avanzó casi hasta las líneas enemigas y, cuando todos sus compañeros mueren y solo quedan dos, emprende la retirada.Ni los motivos por los que retrocedieron, ni las heroicidades pasadas, ni siquiera ser el único superviviente entre miles de hombres, valen como justificación en el consejo de guerra al que son sometidos, ya que las preguntas, a las que solo pueden responder SI o NO, son:

¿No llegó a salir de la trinchera?
¿Retrocedió usted?
¿Intentó tomar la colina?

Con frases como “No hay nada como fusilar unos pocos para levantar la moral de la tropa”, o “Coronel, sus hombres han muerto muy bien” el despreciable General Mireau se gana nuestro odio eterno.

No esta bien fusilar a un moribundo” alega débilmente el cura que acude a confesar a los condenados a lo que se le responde “Que le pellizquen la mejilla cuando este atado frente al pelotón de fusilamiento, así abrirá los ojos porque el general lo quiere despierto”. ¡Miserables!

Cada minuto de metraje de esta película, cada elemento, cada toma, cada escena, es un alegato antibelicista por sí mismo.

Para terminar este reseco informe bélico una canción en alemán, que humedece los ojos de todos los soldados y de los espectadores, en la voz de una joven desconocida, para dejar constancia de la universalidad de los sentimientos y de lo absurda e inútil que resulta cualquier guerra la guerra, antes de cumplir las ordenes de regresar de inmediato al frente.


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