El Hobbit: un viaje inesperado
Esta es una historia con pies (los grandes y peludos de Bilbo) y cabeza (las de los 12 enanos) pero sin gota de sustancia. Al menos no para el tipo de público que abarrotamos las salas de medio mundo y contemplamos impacientes (¡a una por año!), sin pestañear, “La Comunidad del Anillo”, “La dos torres” y “El retorno del rey”, conscientes de que asistíamos a una de las mejores adaptaciones literarias llevadas al cine.
Una recreación perfecta de la fantasía épica que Tolkien tardó 10 años en completar y que los lectores de “El Señor de los Anillos”, escépticos, nunca creímos que fuera posible transformar en película, por su complejidad, por su profundidad y por su riqueza mitológica. La eterna batalla entre el bien y el mal, que puede adoptar miles de formas y rostros; el ansia de poder, la codicia, la camaradería, el amor incondicional, la capacidad de sacrificio. ¡Caímos rendidos ante el buen hacer de Peter Jackson!
Ahora un cuento que Tolkien escribió para sus propios hijos, sin más ambición que entretenerlos, se nos vende como “un viaje inesperado”, cual “callejeros viajeros”, desde la Tierra Media hasta el reino enano de Erebor, pasando por el bucólico valle de Rivendel y su espigada ciudad fortaleza. Pero si de algo peca este “viaje” es de previsible y repetitivo. Los efectos especiales no solo no ocultan sino que acentúan el carácter infantil y poco elaborado de la historia.
Realizada para la mayor gloria de las 3D, asistimos a una sucesión de objetos lanzados por los aires, precipicios que buscan provocar ataques de vértigo, vuelos de pájaros y personas, más precipicios, continuas caídas, y alguna que otra cancioncilla para animar el cotarro (en ocasiones, os lo juro, no podía dejar de preguntarme donde estaba Blancanieves).
La falta de mensaje, de diálogos, de sentido, se rellena, al igual que hicieron con la precuela de la trilogía de la “Guerra de las Galaxias”, con un sinfín de bichos, bichitos y bichotes que en nada tienen que envidiar a los que aparecen en la citada. Es más, el rey de los trasgos, con su papadón, parece un homenaje a Jabba el Hutt, una especie de gusano que aparece en uno de los capítulos de “Stars Wars”.
Los trolls, que en “The Lord of the Ring” son utilizados como arma de destrucción masiva por su tamaño, fuerza excepcional y poca inteligencia, aquí con la excusa de que están cocinando (¡donde está Alberto Chicote cuando se le necesita!), nos hacen sufrir una serie de chistes escatológicos que, sorprendentemente, arrancan algunas risitas entre el público que ya no sabe como sentarse.
No olvidemos al insufrible Radagast el Pardo, amigo de los animales, mago aspavientoso e irritante que se traslada de acá para allá montado en un trineo de conejos y en el que también se entretiene un buen rato el director para justificar que salgan más bichitos (arañas, erizos, pájaros).
Jackson perseguía dos objetivos con esta precuela:
- Pervertir el espíritu de la saga.
- Exprimir los bolsillos de sus millones de seguidores.
Ambos los ha conseguido.
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