domingo, 4 de diciembre de 2011

La Conspiración (Robert Redford, 2011)


Solemos decir que la inteligencia militar es a la inteligencia lo que la música militar es a la música. Extendamos la idea a la justicia y nos estaremos aproximando a La Conspiración, excelente película sobre el juicio a los presuntos asesinos de Abraham Lincoln, en el marco de los actos finales de la Guerra Civil estadounidense y en un entorno de desconfianza y odio mutuo entre bandos. La nación está destrozada material y emocionalmente y el Secretario de Defensa considera que la normalización pasa por una resolución rápida de la causa por el magnicidio. Un joven abogado asume la defensa de Mary Surratt, acusada de conspiración para el asesinato, y madre de un posible implicado ausente y comprobará que la justicia no necesariamente es el objetivo oficial. Ambos personajes cuentan con extraordinarias interpretaciones a cargo de James McAvoy como el abogado Frederick Aiken y sobre todo de Robin Wright como Mary Surratt. Si la dignidad tuviera cara y expresión, la suya sería una de las posibles.

A través de un episodio histórico bien conocido, la película es un magnífico viaje a través de las miserias colectivas humanas, la suciedad que puede esconderse debajo de la capa superficial de barniz de honorabilidad social, de la división fácil del mundo entre lo propio y lo extraño. De las razones de Estado como excusa que lo justifica todo. En definitiva, del miedo. Lo escalofriante es que gran cantidad de los factores principales del relato resultan de absoluta actualidad, un siglo y medio después.

Afortunadamente en estos tiempos de desesperanza y en los que la democracia misma y el Estado de Derecho están gravemente amenazados, resulta reconfortante que todavía exista gente como Robert Redford, dispuesta a recordarnos que el fin nunca justifica los medios, no importa lo excepcional que sea la situación. Y que la memoria histórica no debe ser enterrada, sino tenida muy presente.

Al salir de la película es conveniente contener las ganas de romper cosas. Mejor metalizarse antes de entrar.

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