lunes, 8 de agosto de 2016

Varias novelas de Joe Haldeman



Un jubilado William Mandella, aburrido de jugar al mus, se embarca en una nueva aventura en la entretenida novela "Forever free" de Joe Haldeman


Hace cuatro años, habábamos en nuetro blog de la estupenda novela de Joe Haldeman, “La guerra interminable”.

          
Pues bien; he seguido leyendo las otras dos, que completan una de las series de novelas de ciencia ficción más famosas. La segunda novela es “Forever peace” (1997). No es una continuación de la primera, ya que cambia el escenario a un futuro próximo, con una serie de guerras locales y regionales en Latinoamérica. El poderoso ejército de EE.UU. lucha con diversas guerrillas, utilizando robots controlados mentalmente por un pelotón de soldados conectados neurológicamente entre si.


Los EE.UU. mantienen su hegemonía en Latinoamérica gracias a esta tecnología, y a la impresión en 3D, que les permite obtener productos de todo tipo a bajo coste. Esta trama permite al autor criticar la política intervencionista de los EE.UU. frente a los movimientos revolucionarios durante los años 70 y 80. En este sentido, es de nuevo una crítica a la guerra, igual que Forever war. Además, introduce otra trama más clásica en ciencia ficción, relativa a los peligros de un proyecto científico de gran envergadura. 

En general, la novela no es tan entretenida como la primera, pero es interesante, y entra en cuestiones de gran actualidad como la conexión entre cerebro y máquina, la guerra a distancia, la inteligencia en red, etc.



Y al leer la tercera y última novela de la serie, “Forever free” (1999) , me encuentro con la agradable sorpresa de la vuelta de los personajes de la primera. El soldado retirado William Mandella, vive con su mujer, Marygay, también veterana de la Guerra interminable, en el frío planeta Middle Finger (dedo corazón, que según se extienda, puede enviar un mensaje nada amistoso). La Tierra está habitada por una nueva humanidad, en la que los individuos post-humanos están interconectados, formando una entidad única. Es el mismo esquema de civilización de los antiguos enemigos de Tauro, lo que permitió un entendimiento entre ambas razas y el final de la absurda guerra interminable. Mandella y un grupo de humanos viejunos, conservados a lo largo de los siglos gracias a sus viajes interestelares, deciden dar un salto al futuro en la última nave de la que disponen. Sin embargo, a pesar de sus cuidadosos preparativos, el viaje va a resultar mucho más peligroso de lo que suponían….

Esta última novela me ha resultado de nuevo muy entretenida e interesante, llena de humor, sobre todo en su primera mitad. La segunda parte incide en temas más filosóficos, acerca de la evolución, la naturaleza humana, etc, y ya sabemos que ninguna novela va a tener un final suficientemente satisfactorio cuando entra en este campo.


Para completar mi conocimiento del autor, acabo de leer otra novela suya, “Camuflaje”. En este caso, sigue las peripecias a lo largo de los años de un alien procedente del cúmulo M22 (visible ahora en Escorpión) que no se sabe muy bien porqué, acaba en la tierra, y decide conocer a sus habitantes. Su carrera humana comienza en los años 30, pasará por el mundo universitario, conocerá la II Guerra Mundial, se interesará por diversos aspectos de nuestra civilización, y acabará involucrado en el mayor proyecto científico de la historia…


Es una novela que empieza de una manera bastante dura y cruel, pero que se hace más esperanzada y humorística según va avanzando. Se deja leer muy bien, y tiene como particularidad su abordaje bastante detallado de las relaciones sexuales y la identidad de género.

Además de esta novela, me he dado cuenta que hace años había leído también otra obra suya, “The Heminway hoax”, basada en un hecho real: la pérdida de un manuscrito de Ernest Heminway en 1921. ¿Qué fue de la obra perdida? ¿Podría aparecer algún día?. Es una historia bien contada, aunque un tanto compleja, en la que Haldeman rinde su peculiar homenaje al famoso escritor americano.













jueves, 4 de agosto de 2016

La Mancha negra



Mucho antes de que el inspector sueco Wallander apatrullara las bonitas calles de Ystad; cuando todavía no había nacido el comisario griego Jaritos, y quedaba mucho para que Silvio Montalbano se las viera con la mafia y la burocracia en Sicilia; antes incluso de que Carvalho comenzara a quemar libros y a disfrutar de la buena cocina entre caso y caso, en la Mancha ya contábamos con un sagaz policía capaz de investigar los casos más enrevesados.

Manuel González es un policía local de Tomelloso, creado por el escritor Francisco García Pavón. A Manuel González todo el mundo le conoce como “Plinio”, porque un abuelo suyo fue seminarista, y se conoce que le gustaba el latín. Una de las muchas peculiaridades manchegas que nos cuenta en sus novelas es que los apodos se heredan. Dependiendo de cómo fuera tu ancestro, te llamarán de una manera o de otra. En el caso de Plinio es un buen apodo, pero el caso de los “culovistoso”, por el abuelo exhibicionista, no es tan afortunado. La mezcla de humor y crueldad es una característica de estas novelas, y en general, de la época que retratan: el tardofranquismo de los 60 y 70, y el comienzo de la Transición.

Francisco García Pavón nació en Tomelloso (Ciudad Real) en 1919. Comenzó su carrera de escritor en 1945 (Cerca de Oviedo). La fama le llegó con su serie policiaca de Plinio, con la que yo me introduje en el mundo de la novela negra a finales de los 70. Murió en Madrid en 1989.



En su momento leí dos de sus novelas, y recientemente las he retomado y las he leído todas seguidas, gracias a que una de ellas fue propuesta en el club de novela negra de Taiga.

La primera de la serie, “los carros vacios” (1965), es una novela corta en la que se introduce a Plinio y a su amigo y colaborador, el veterinario jubilado Don Lotario. La novela está ambientada en la época de la Dictadura de Primo de Rivera, y don Lotario lleva a Plinio con su Ford T. Sin embargo, a partir de la sdiguiente, “El Reinado de Witiza”, la acción salta a la España de 1968, y Don Lotario se hace con el inevitable 600. La novela resulta mucho más interesante que la primera, la trama está bien pensada, y la investigación es original. Su tema principal es el humor negro y salvaje propio de la época. El autor aprovecha para describir la vida de un pueblo en plena transición. Cuenta con cierta nostalgia las costumbres perdidas de un mundo rural antiguo que estaba desapareciendo. Tomelloso en el 68 ya está llenándose de coches y tractores, la gente ve la televisión, coge el autobús a Madrid, tira los aperos y carros antiguos…y sin embargo, otra eternidad nos separa del 68. Resulta difícil leer una página sin enfrentarse a algún pasaje que hoy resultaría cuando menos políticamente incorrecto. Lo más llamativo es el machismo y el desprecio a los homosexuales, y por ello habrá lectores actuales que se sientan ofendidos, incluso teniendo en cuenta el contexto y la mentalidad de la época. Por otra parte, el autor aprovecha para hacer una crítica social limitada, que va incrementándose hasta la llegada de la democracia, en su último libro de la serie.

El siguiente libro, “El rapto de las Sabinas” (1968), aumenta la magnitud de los delitos investigados por el policía local, e introduce elementos erótico-festivos que resultan divertidos pero a la vez un tanto incómodos. Aparecen más personajes y la narración mejora, sobre todo con las descripciones del campo, a veces líricas, otras descarnadas. “Las hermanas coloradas” (1969) mejora de nuevo la calidad de la narración. Es probablemente la más interesante de toda la serie. Se desarrolla en Madrid, circunstancia que aprovecha el autor para narrar la dureza de la gran ciudad y el contraste con la vida del pueblo. Es una historia triste, anclada en el pasado, nostálgica, sobre lo que pudo ser y no fue, y con un cierto tinte político, sólo insinuado, interesante y atrevido en su momento.

Con “Una semana de lluvia” (1971), Plinio vuelve a su pueblo, en plena feria pasada por agua. La historia en este caso da un giro al negro, las escenas son más duras, la muerte está presente, y vuelve un erotismo algo retorcido y reprimido, que estallará en “Voces en Ruidera” (1973), su novela más desagradable. No me importó leerla, ya que describe las vacaciones de la época en el precioso entorno de las lagunas, muy próximas a Tomelloso, pero la historia narrada se vuelve sórdida, y no especialmente interesante.

“Otra vez domingo” (1978) da un nuevo giro a la historia de un Plinio ya al final de su carrera. La Guardia Municipal de Tomelloso pierde sus atribuciones para investigar crímenes, y Plinio queda como mero asesor de la policía nacional, pero su prestigio le permite seguir activo durante un tiempo, y resolver un caso más convencional, pero interesante. El autor vuelve a su mezcla de costumbrismo y humor negro, tan peculiar.

La serie de novelas concluye con “El hospital de los dormidos”, una novela algo diferente, en la que nos despedimos de un Plinio prejubilado, nostálgico, símbolo de una vida que ya no volverá, contrastando con un momento de ilusión por el cambio político, que de todas formas es observado con cierto escepticismo. Aquí vuelve el erotismo con un nuevo giro, un tanto sorprendente, más abierto. Estamos de nuevo en pleno cambio de época, usos y costumbres.

Además de estas novelas  hay algunos relatos cortos, y una adaptación a televisión.


Aunque no gustará a todo el mundo, merece la pena prestar atención a Plinio, un  manchego honrado, duro pero sensible, convencional, aunque abierto a los cambios, con su casa de pueblo, su mujer y su hija, y sus casos curiosos, a veces divertidos, otras sórdidos y tristes, siempre con un toque surrealista y guasón. Plino es el padre o el abuelo de muchos de nuestros detectives. Por cierto, sus novelas están siendo reeditadas por Rey Lear.





Como curiosidad, señalar que García Pavón es el padre de la escritora Sonia Garcia Soubriet; y que Tomelloso es un pueblo interesante, que merece la pena conocer, muy próximo a las lagunas de Ruidera, y al que ya dedicamos una entrada en este mismo blog.




martes, 2 de agosto de 2016

Una exposicion muy friki en Madrid

Jarrr, sus voy a dar mieditorrr pekadoresss...

De pequeño, como a casi todos los chavales de mi generación, me llamaba la atención el mundo del misterio y de lo “paranormal”, que conocí a través de los estupendos programas de Jiménez del Oso y de algunos libros, como los del suizo. Erich Von Däniken. Aquellas teorías sobre las pirámides y astronautas viejunos eran muy atractivas; lo de construir las pirámides piedra a piedra durante decenios parecía bastante aburrido,  pudiendo utilizar una buena nave interestelar... Además, por entonces teníamos ocasión de ver a Uri Geller destrozando la cubertería de José María Íñigo, o el programa de TV “Investigación Ovni” (Project UFO), con su misterioso arranque “Ezequiel vio la rueda…”.



Después de algún que otro intento chusco de contactar con los espíritus del más allá, aprovechando las vacaciones de verano, perdí interés por el tema paranormal, aunque no del todo. De vez en cuando he visto algún capítulo del sucesor de Jiménez del Oso, el periodista Iker Jiménez. Aunque transmite menos credibilidad que su maestro, hay que reconocer que su programa Cuarto Milenio está bastante trabajado. Me llama la atención, por ejemplo, el documental “el salto infinito”, que todavía no he visto, para el que se rodeó de un equipo científico de prestigio. Hace unos años visité las cuevas del El Castillo y Las monedas, y me impresionaron.



El caso es que el otro día, revisando las exposicones actuales en Madrid, topé con una de Cuarto Milenio en el Teatro Calderón. Pues bien, cedí a la tentación y acudí en busca de una interesante mezcla de ciencia, ficción y frikismo. La exposición superó ampliamente mis expectativas, sobre todo en su componente friki, subgénero “miedito”.


Un gran acierto de la misma es situarla en un espacio poco convencional, los pasillos y la sala principal del teatro Calderón de Madrid, ambientados con una cuidada iluminación, muy estudiada para inquietar al visitante. La exposición se divide en varios apartados, introducidos por el propio Iker en una grabación de audioguía. Se abordan los temas clásicos del mundo del “misterio”. Me gustó especialmente la sección dedicada a los monstruos (criptozona), una mezcla de animales prehistóricos reales, otros exagerados, y la mayoría, procedentes del folclore y la leyenda. Las reproduciones de todos ellos son estupendas.



También me resultaron interesantes las reproducciones de supuestos alienígenas a lo largo de la historia, y me gustó mucho el homenaje a inventores españoles, que trabajaron con primitivos trajes de buceo y de astronautas, como Emilio Herrera.


Igualmente, me resultaron curiosas las  réplicas de algunos de los “Ooparts” (objetos fuera de lugar) más conocidos, especialmente el mecanismo de Anticitera.


Y finalmente,no podía faltar una completa reproducción de la cocina con las caras de Bélmez, con todo su sabor de paranormalidad de andar por casa. Mucho mejor que el Poltergeist de Spielberg…

Otras secciones pretenden asustar, con muñecos diabólicos, crímenes horribles, vampiros y demás alegre compañia, pero caen más en el efectismo y lo macabro; uno de los problemas de este subgénero tan peculiar.

En todo caso, la exposición resulta muy entretenida, siempre que se tome con escepticismo y humor. Hay que reconocer que está muy bien montada, y el trabajo de los especialistas en reproducir cacharros y bichos raros es excepcional. Si quieres descansar un poco de los Pokemon, ya sabes dónde cazar monstruos verdaderamente horripilantes…


viernes, 15 de julio de 2016

LA NOVIA


Hierba, agua, caballo, jinete, sangre... la luna.

Amor, deseo, pasión, frustración, violencia... la muerte.

Erotismo. Tradición y modernidad. Mundo metafórico de difícil descifrado. Universo lorquiano.

Encierro, sufrimiento, malaventura. Lorca veía a la mujer aunque no la mirara. Sabía de su triste e inexorable destino como eslabón débil en la cadena del matrimonio que une fortunas (mi hijo, tiene y puede; mi hija también) y deroga voluntad y anhelo (un hombre, unos hijos y una pared de dos varas de ancho para todo lo demás).

Bodas de sangre.

A partir de ahí, aislamiento, negación del deseo, angustia existencial. Lucha titánica entre el bien y el mal, entre el ser y el deber, entre la vida y la muerte.

El mito esclavizante del amor pasional que exige de la mujer sumisión, sacrificio y entrega (¡Ay qué sinrazón! No quiero contigo cama ni cena, y no hay minuto del día que estar contigo no quiera, porque me arrastras y voy, y me dices que me vuelva y te sigo por el aire como una brizna de hierba. He dejado a un hombre duro y a toda su descendencia en la mitad de la boda y con la corona puesta. Para ti será el castigo y no quiero que lo sea. ¡Déjame sola! ¡Huye tú! No hay nadie que te defienda) y otorga al hombre ese pasaporte a la locura que justifica cualquier acción irracional y violenta (Porque yo quise olvidar y puse un muro de piedra entre tu casa y la mía. Es verdad. ¿No lo recuerdas? Y cuando te vi de lejos me eché en los ojos arena. Pero montaba a caballo y el caballo iba a tu puerta. Con alfileres de plata mi sangre se puso negra, y el sueño me fue llenando las carnes de mala hierba. Que yo no tengo la culpa, que la culpa es de la tierra y de ese olor que te sale de los pechos y las trenzas). 

Cruce de navajas. Mortal coreografía al ritmo de Pequeño vals vienés, de Leonard Cohen, adaptado por Pachi García, compositor y productor baezano, e interpretado por Soledad Vélez (siempre me quedaré con la versión versión que Enrique Morente, acompañado del grupo de rock granadino Lagartija Nick, incluyó en su disco Omega).

Culpa.

¡Porque yo me fui con el otro, me fui! (con angustia.) Tú también te hubieras ido. Yo era una mujer quemada, llena de llagas por dentro y por fuera, y tu hijo era un poquito de agua de la que yo esperaba hijos, tierra, salud; pero el otro era un río oscuro, lleno de ramas, que acercaba a mí el rumor de sus juncos y su cantar entre dientes. Y yo corría con tu hijo que era como un niñito de agua, frío, y el otro me mandaba cientos de pájaros que me impedían el andar y que dejaban escarcha sobre mis heridas de pobre mujer marchita, de muchacha acariciada por el fuego. Yo no quería, ¡óyelo bien!, yo no quería. ¡Tu hijo era mi fin y yo no lo he engañado, pero el brazo del otro me arrastró como un golpe de mar, como la cabezada de un mulo, y me hubiera arrastrado siempre, siempre, siempre, aun que hubiera sido vieja y todos los hijos de tu hijo me hubiesen agarrado de los cabellos! 

Desgarro.

La novia es una película de una perturbadora belleza.

Arrolladoramente adictiva. Magnética. Claustrofóbica.

Es un viaje sin retorno. Una encrucijada donde ni el ideal del amor romántico, ese para toda la vida, ni el pasional, ni siquiera el querer por conveniencia, auguran para la mujer, la desposada, otra cosa que no sea dolor y pena. 

Hipnótica Inma Cuesta con su racial hermosura. Atinado Asier Etxeandia con su balsámica presencia ante tanta locura. Flojo, muy flojo, Alex García. Inmensa Luisa Gavasa como la madre sufrida. Estremecedora María Alfonsa Rosso, la luna, la ruina, la muerte.

La novia es pura poesía en imágenes, sonidos, palabras y movimiento.

Cine de categoría. Maravilloso cine. Cine español.




domingo, 19 de junio de 2016

PHOTOESPAÑA 2016: VIVIAN MAIER


Madrid, un inusual, por lo fresco, sábado del mes de junio:
Fundación Canal, del 9 de junio al 16 de agosto:
Esta es mi selección, y mis colores, de sus fotografías en blanco y negro:
 
 
 
 
 
 
 
 
Y esta la de sus fotografías en color:
 
La niñera a través del espejo:
 
  
Mi favorita:
La sala estaba llena:
Fue tan inspirador que acabé fotografiando a mi propia sombra....
¡La recomiendo!

lunes, 13 de junio de 2016

En un lugar de La Mancha: El Toboso

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

En busca del tiempo perdido 1: Por el camino de Swann


"Hermosas tardes de domingo, pasadas bajo el castaño del jardín de Combray; tardes de las que yo arrancaba con todo cuidado los mediocres incidentes de mi existencia personal, para poner en lugar suyo una vida de aventuras y de aspiraciones extrañas".

Tengo 14 años y acurruco mi confusa adolescencia, siempre acompañada de un libro, en el alfeizar interior del pequeño ventanuco que da luz a la escalera de acceso a mi casa. Entre sus tapas escondo complejos, miedos e inseguridades, que según cumplo años comienzan a disolverse quedando sus restos adheridos a las páginas de esas novelas que me enseñaron a pensar, cuestionar y aceptarme. ¡Mágico el poder de la lectura! 

Tras varios intentos fallidos, arrepentida de que mi poco tesón me lo impidiera entonces, es ahora cuando, en mi presente de lectora afanosa y comprometida, he decidido partir Por el camino de Swann.

Pereza de alta cuna, lujuria que no entiende de clases, ira en ocasiones, algo de gula, avaricia encubierta, bastante envidia y mucha soberbia, es lo que se encontrarán quienes, buscando el tiempo perdido, tomen el camino desde Combray por el lado de Méséglise-la-Vineuse.

Pero Marcel no regala su arte. 

Al deleite que produce su obra no se llega sin esfuerzo. Sus recuerdos e impresiones laten escondidos en el fondo de largos párrafos, en ocasiones tediosos, cuya lectura desanimará a todos aquellos que, imbuidos del espíritu histérico-nervioso que las nuevas tecnologías han añadido a nuestra vida, se acerquen a Proust sin la capacidad necesaria para realizar una actividad minuciosa, en ocasiones pesada, con perseverancia. Es decir, sin la única virtud capital que el escritor nos exige y que no es otra que la paciencia.

Quien la tenga descubrirá que nadie como Proust, con su prosa de filigrana, diferida en el espacio y el tiempo, para enseñarnos a disfrutar de la felicidad, el placer o la belleza, que llega a través de los sentidos, del intelecto o del corazón.

Leer Combray, primera parte de Por el camino de Swann, es toda una experiencia sensorial: vista ("el tormentoso color violeta de los viñedos"), un sabor delicioso, una cucharada de té con un trozo de magdalena, gusto, que convierte "las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria" y te ayuda a dejar de sentirte "mediocre, contingente y mortal", tacto ("apoyaba blandamente mis mejillas en las hermosas mejillas de la almohada, tan llenas y tan frescas, que son como las mejillas mismas de nuestra niñez"), oído ("Un golpecito en el cristal, como si hubieran tirado algo; luego, un caer ligero y amplio, como de granos de arena lanzados desde una ventana de arriba, y por fin, ese caer que se extiende (…) adopta un ritmo y se hace fluido, sonoro, musical, incontable, universal: llueve"), olfato ("Eran habitaciones de esas de provincia que (…) nos encantan con mil aromas que en ellas exhalan la virtud, la prudencia, el hábito, toda una vida secreta e invisible (…) olores naturales, sí, (…) como de los campos cercanos, pero humanos, caseros y confinados").

En la segunda parte asistimos a una clase magistral de Proust sobre las costumbres de las clases sociales. Una crónica en rosa en la que, desde las veladas más elegantes y exclusivas en palacios aristocráticos, hasta las más chabacanas, pero igualmente exclusivas, en el saloncito de los Verdurín, conoceremos a una variada representación de la sociedad de la época. Príncipes y princesas, de Guermantes o de otros lares, arrogantes nobles a quienes la sangre autoriza a relacionarse cuando les plazca, donde les plazca y con quien les plazca; burguesones, de banales pensamientos e irrisorias preocupaciones ("bajo el bigote gris, labios de hastío, y una triste expresión, que no es tristeza, sino algo más y menos: el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza"), apegados a férreas costumbres para diferenciarse de advenedizos de medio pelo; indolentes artistas que, a cambio de apetitosos almuerzos, someten gustosos su intelecto y genio a ordinarios mecenas que los exhiben cual piezas exóticas para alumbrar su círculo de íntimos; coloridas cocottes, entretenidas, prostitutas muy bien relacionadas, siempre a la caza de algún incauto y rico marido; toscos criados derrochando la sabiduría propia de la inteligencia no cultivada... En medio de todos ellos el narrador y su familia junto a Swann y la suya, el cogollito de la novela.

Arte, pasiones, relaciones humanas y el tiempo.

Vivirán el transcurrir inconstante y caprichoso de ese tiempo que salta, se dilata y contrae, a golpe de sensaciones; degustarán su textura, porque olores y sabores son los alfileres con los que Proust fija el recuerdo en la memoria: "cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo".

Mientras que Proust deja que el tiempo avance a su libre albedrío, nunca lineal, en un devenir alegre y despreocupado, Thomas Mann (para muchos su continuador), pesimista, sabedor de que el ser humano se encamina hacia su destrucción, hacia la muerte de la razón y el triunfo de la barbarie, en un acto de infinita tristeza, intenta detenerlo a la sombra de su Montaña Mágica.

Les recomiendo À la recherche du temps perdu, una novela exigente, sí, pero cuya lectura les reportará una gran satisfacción. Basta con ver la precisión y belleza con la que Marcel es capaz de expresar en palabras las situaciones más cotidianas de la existencia. Vean sino: "Hay días montuosos, difíciles, y tardamos mucho en trepar por ellos; y hay otros cuesta abajo, por donde podemos bajar a toda marcha cantando". 

¡Nada como leer a los clásicos!