lunes, 9 de diciembre de 2013

Diario de una lectura inconclusa: “La montaña mágica” (V)


Día seis:

Por casualidad, buscando otra información en Internet, descubrí que en “Belle Époque”, de Trueba, Fernando Fernán Gómez le recitaba a Jorge Sanz un párrafo de “La montaña mágica”, algo que me sorprendió porque, pese a haber visto la película, no recordaba esa escena.

Ahora, al llegar al final del Capítulo V, me he dado de bruces con dicho párrafo: “(…) ¡Oh, encantadora belleza orgánica que no se compone ni de pintura al óleo, ni de piedra, sino de materia viva y corruptible, llena del secreto febril de la vida y de la podredumbre! ¡Mira la simetría maravillosa del edificio humano, los hombros y las caderas y los senos floridos a ambos lados del pecho, y las costillas alineadas por parejas y el ombligo en el centro, en la blandura del vientre, y el sexo entre los muslos! Mira los omóplatos cómo se mueven bajo la piel sedosa de la espalda, y la columna vertebral que desciende hacia la doble lujuria fresca de las nalgas, y las grandes ramas de los vasos y los nervios que pasan del tronco a las extremidades por las axilas, y cómo la estructura de los brazos corresponde a la de las piernas (…)”.

La sorprendente declaración de amor que le hace Hans a Clawdia es como una radiografía, pero no en el sentido de estar enamorado hasta los huesos o las trancas, sino que es una declaración anatómica de sentimiento, algo que, desde luego, tienes que releer porque te resulta tan chocante, tan distinto, tan extraño, que casi te parece que ella se marcha al día siguiente para huir de semejante demente.

La respuesta de ella, “Eres, en efecto, un adulador que sabe solicitar de una manera profunda, a la alemana”, me dejó desconcertada. ¿Quiere decir que sabe como requebrar a una mujer, sea cual sea su procedencia, o es una burla ante las palabras de él, dándole a entender que así podrá conquistar a una mujer de su país pero nunca a una rusa?

Ninguno como Quevedo supo expresar que el amor seguirá existiendo más allá de la muerte:

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansiosa y lisonjera

mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi alma el agua fría
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido,
polvo serán, mas polvo enamorado.
 

En “Todavía alguien”, donde aparece por primera vez Naphta (“Era un hombre de baja estatura y delgado, iba afeitado, y era de una fealdad tan acusada que uno se sentía tentado de calificarla de corrosiva”) me he atascado: es una discusión abstracta y filosófica  cuya comprensión considero que está fuera de mi alcance (espero que alguien del Club me explique su contenido porque este apartado sí que me niego a leerlo dos veces como ya hecho con otros antes).

¡No me extraña que, después de dos encuentros con este nuevo personaje, Joachim tome la determinación de abandonar el Berghof!

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