CUANDO EL MUNDO SE
DESMORONA, NADA MEJOR QUE HINCHARSE A HOSTIAS (*)
Reconozco que el hecho de
que una historia transcurra en Barcelona incrementa en algún punto
mi interés por ella y posiblemente rebaja en otro punto mi sentido
crítico. Nadie es perfecto. Evidentemente no me refiero a series
alimenticias de TV3 o demás costumbrismos al uso, sino a situaciones
menos comunes. De modo que una novela no rebosante de virtudes
literarias como La Catedral del Mar me gustó más de lo que
seguramente justifica la obra en sí misma por el solo hecho de tener
lugar en una Barcelona medieval todavía muy reconocible hoy en el
entorno de Santa Maria del Mar. Algo parecido me sucedió con la
trilogía del Cementerio de los Libros Olvidados de Carlos Ruíz
Zafón, o algunos otros casos. Sí, incluso me gustó Vicky,
Cristina, Barcelona, ¿pasa algo?
En esta confesada
debilidad habrá que situar esta crítica de “Los últimos días”.
Una película en la que el apocalipsis no es contado desde el punto
de vista de Nueva York o Los Ángeles, sino en Barcelona, lo que ya
un cartel lleno de luces parpadeantes que pide ir a verla. La
película está dirigida por los barceloneses David y Àlex Pastor,
dos jóvenes hermanos a quienes no debió gustar La Casa de la
Pradera en su día.
El mundo ha sido invadido
por una epidemia desconocida que se traduce en una extrema agorafobia
a quienes la padecen. Eso lleva a que todo el mundo ha de permanecer
en los edificios que ocupaban cuando el pánico (sic) se desencadenó,
y sólo puedan moverse por los túneles del metro y las
alcantarillas. Un informático (Quim Gutiérrez) y un consultor (José
Coronado) -de esos que aparecen de vez en cuando por las empresas,
despiden a diestro y siniestro sin mayor explicación y se van a
sembrar el terror a otro lado, cobrando generosamente por ello-
deciden que tendrán más posibilidades de sobrevivir y de encontrar
a quienes buscan si cooperan. A partir de ahí se desarrolla una
travesía por unos túneles del metro más limpitos e iluminados de
lo que uno se imagina, encontrando a gente que también busca y
también intenta sobrevivir y entender lo que pasa. No todas las
situaciones están bien resueltas, hay algunas demasiado simples y
otras difícilmente creíbles, aún cuando lo posible y lo imposible
debe ser bastante distinto cuando el mundo conocido ha saltado por
los aires. Pero con todo, la realización y las interpretaciones
consiguen mantener un buen nivel de incomodidad y angustia, mezclados
con situaciones ridículamente cómicas.
Es un relato sobre el
miedo a lo desconocido como fuerza atenazante hasta que el propio
temor cobra vida propia independientemente de su origen. Pero también
es una llamada a la esperanza, incluso cuando parece que todo ha
dejado de tener sentido. Buena realización, buenas interpretaciones
y una Barcelona en peores condiciones de la que quedará después de
la celebración de la vigésima Champions League del Barça, allá
por 2030.
Sí, por si no ha quedado
claro, me gustó y la recomiendo, incluso a los no barceloneses. Y además uno se siente muy bien al volver a pisar la calle.
(*) La frase se
comprenderá con facilidad al ver la película.
Advertencia de
semispoiler:
Insisto, no es un spoiler, pero posiblemente el lector preferirá no leerlo antes de ver la película.
Bien, aquí va. En mi
opinión el final de la peli es una especie de antihomenaje u
homenaje inverso (si tal cosa existe) a El fin de la infancia, de
Arthur C. Clarke.
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