lunes, 1 de abril de 2013

Los últimos días (David y Àlex Pastor, 2013)


CUANDO EL MUNDO SE DESMORONA, NADA MEJOR QUE HINCHARSE A HOSTIAS (*)

Reconozco que el hecho de que una historia transcurra en Barcelona incrementa en algún punto mi interés por ella y posiblemente rebaja en otro punto mi sentido crítico. Nadie es perfecto. Evidentemente no me refiero a series alimenticias de TV3 o demás costumbrismos al uso, sino a situaciones menos comunes. De modo que una novela no rebosante de virtudes literarias como La Catedral del Mar me gustó más de lo que seguramente justifica la obra en sí misma por el solo hecho de tener lugar en una Barcelona medieval todavía muy reconocible hoy en el entorno de Santa Maria del Mar. Algo parecido me sucedió con la trilogía del Cementerio de los Libros Olvidados de Carlos Ruíz Zafón, o algunos otros casos. Sí, incluso me gustó Vicky, Cristina, Barcelona, ¿pasa algo?

En esta confesada debilidad habrá que situar esta crítica de “Los últimos días”. Una película en la que el apocalipsis no es contado desde el punto de vista de Nueva York o Los Ángeles, sino en Barcelona, lo que ya un cartel lleno de luces parpadeantes que pide ir a verla. La película está dirigida por los barceloneses David y Àlex Pastor, dos jóvenes hermanos a quienes no debió gustar La Casa de la Pradera en su día.

El mundo ha sido invadido por una epidemia desconocida que se traduce en una extrema agorafobia a quienes la padecen. Eso lleva a que todo el mundo ha de permanecer en los edificios que ocupaban cuando el pánico (sic) se desencadenó, y sólo puedan moverse por los túneles del metro y las alcantarillas. Un informático (Quim Gutiérrez) y un consultor (José Coronado) -de esos que aparecen de vez en cuando por las empresas, despiden a diestro y siniestro sin mayor explicación y se van a sembrar el terror a otro lado, cobrando generosamente por ello- deciden que tendrán más posibilidades de sobrevivir y de encontrar a quienes buscan si cooperan. A partir de ahí se desarrolla una travesía por unos túneles del metro más limpitos e iluminados de lo que uno se imagina, encontrando a gente que también busca y también intenta sobrevivir y entender lo que pasa. No todas las situaciones están bien resueltas, hay algunas demasiado simples y otras difícilmente creíbles, aún cuando lo posible y lo imposible debe ser bastante distinto cuando el mundo conocido ha saltado por los aires. Pero con todo, la realización y las interpretaciones consiguen mantener un buen nivel de incomodidad y angustia, mezclados con situaciones ridículamente cómicas.

Es un relato sobre el miedo a lo desconocido como fuerza atenazante hasta que el propio temor cobra vida propia independientemente de su origen. Pero también es una llamada a la esperanza, incluso cuando parece que todo ha dejado de tener sentido. Buena realización, buenas interpretaciones y una Barcelona en peores condiciones de la que quedará después de la celebración de la vigésima Champions League del Barça, allá por 2030.

Sí, por si no ha quedado claro, me gustó y la recomiendo, incluso a los no barceloneses. Y además uno se siente muy bien al volver a pisar la calle.


(*) La frase se comprenderá con facilidad al ver la película.

Advertencia de semispoiler:


Insisto, no es un spoiler, pero posiblemente el lector preferirá no leerlo antes de ver la película.


Bien, aquí va. En mi opinión el final de la peli es una especie de antihomenaje u homenaje inverso (si tal cosa existe) a El fin de la infancia, de Arthur C. Clarke.

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