Detrás de todo lector hay una persona curiosa. Detrás de todo crítico literario, un escritor frustrado o, lo que es peor, paralizado. El deseo de escribir esconde secretas ambiciones, anhelos reprimidos, por eso su materialización, cuando emborronas un papel, supone una liberación a la vez que un acto casi suicida porque siempre dejas jirones de ti mismo. Con la publicación lo escrito deja de pertenecerte y abres una puerta por la que pueden entrar la mofa, la befa, tal vez cierto reconocimiento o, en contadas ocasiones, una admiración no encubierta.
Acudí al Hotel San Juan de los Reyes por diversos motivos: Presentaba “Mazapán amargo” una persona que conozco, la compañía era agradable y deseaba conocer de primera mano cómo vive un escritor la experiencia de anunciar su primera obra. Bastante público entre familiares y amigos de Joaquín y Santiago, los autores, algunos miembros del Club de Novela Negra de la Librería Taiga de Toledo, al cual ambos pertenecen y otros curiosos.
Aunque yo quería llevarme bien con esta novela no ha sido posible. Después de leerla, si tuviera que definirla con una sola palabra diría que es una “coctelera” en la que se han ido vertiendo todo los tópicos típicos del género, junto con todos los temas noticiables de la ciudad de Toledo y, tras agitarla bien, ha producido una mezcla excesiva por el número de ingredientes, estereotipada en el sabor y carente de esa “pizca mágica” que decide si un libro es bueno o no.
Nacer a la vida con pretensiones de continuidad del personaje principal es loable, pero anunciarlo antes de conocer su aceptación por parte del público, peca de precipitado. Esperar que a través de las andanzas del inspector Aldana, poco definido, una ciudad como Toledo (patrimonio de la humanidad, inspiración de Reyes, médicos, pintores y escritores de todas las épocas) se convierta en ruta literaria, peca de pretencioso.
Este policía por su edad, físico, situación familiar y peripecia vital me recuerda al famoso inspector venido de las tierras del Norte, del cual ya opine en este mismo blog (“Adiós, muñeco”). A Wallander, después de diez novelas le coges cierto cariño, no lo discuto, pero si tienes que inspirarte en alguien para crear un personaje si logras dotarle de un mínimo de la inteligencia y capacidad analítica de Holmes, la incontinencia verbal y aguda ironía de Marlow o la sagacidad de Poirot, tendrás más posibilidades de enganchar al público adicto a la novela negra.
Desde un punto de vista estrictamente policial y criminalístico existen en “Mazapán amargo” una serie de gazapos y graves traspiés, que hacen desmoronarse la historia antes de terminarla. Es impensable que un inspector abrace a un familiar de una víctima de asesinato (mucho menos si es mujer y está buena, porque siempre hay que guardar las distancias para evitar posibles denuncias por acoso sexual, que nunca se sabe) al igual que no lo hacen ni médicos, ni jueces, dado que el distanciamiento emocional es vital para un ejercicio profesional imparcial que se les supone y exige. Proporcionar consuelo es tarea de los psicólogos clínicos o, si se es creyente, de los curas.
Es impensable que ese mismo inspector, después de abrazar a la susodicha, se la lleve a un bar para practicarle un interrogatorio sin más presencia de testigos que la tila que le pide a ella y la cerveza que se pide él, aun estando de servicio.
Si a un interrogado, por levantarle la voz, le encañona en la sien con su pistola ¿qué hará si alguien se atreve a, por ejemplo, toserle?. ¿Y el individuo en cuestión no le pone una denuncia por agresión policial?.
Un objeto encontrado en el piso de otro sospechoso le convence automáticamente de que es el asesino. ¿No se le ocurre que pudo dejarlo allí otra persona para inculparle, por ejemplo su mujer que tenía móvil y oportunidad?. Aunque la hermana afirmara que era un objeto que el fallecido no se quitaba nunca ¿no es cierto que estaban distanciados, que no se veían mucho y que ni siquiera sabía que su hermano tenía una relación amorosa?.¿No pudo regalarle el citado objeto el fallecido?.
Pero el despropósito supremo es que el inspector llame al sospechoso número uno, desde la casa de éste, para anunciarle que ha encontrado pruebas que le inculpan y exigirle que se vaya yendo para la comisaria…¿?. ¡Solo le falta decirle “te mando un taxi”!.
No me extraña que a esta lumbrera lo largaran de Marbella ya que si, por desgracia, para triunfar allí tienes que ser “un vivo”, este poli espabilado lo que se dice espabilado, no parece mucho. ¡Eso sí, “calentito” es un rato y si no que se lo pregunten al legionario!.
Dice el refrán que “el que mucho abarca, poco aprieta” y esta novela, quizás por el exceso de ambición, resulta confusa (no sabes si lees novela histórica, un tratado sobre poesía, el programa de Arguiñano o el suplemento anual de la “Revista Ecos”), plana, aburrida la mayoría de las veces y, sobre todo, “poco negra”. Se queda en gris a secas.