Chala, con apenas 11 años,
arrastra una pesada carga sobre sus hombros de niño-adulto. Sin padre conocido,
con una madre drogadicta y alcohólica, entrena perros de pelea para llevar el
sustento a ese hogar que, aunque no parezca tal, es el único que conoce, lo único
que tiene. Condenado a moverse en el universo crudo y desesperado de los
mayores, que no debería conocer, los problemas los tiene a la hora de
integrarse en el mundo infantil que le corresponde. Acostumbrado a la necesidad
material y a las carencias emocionales, se relaciona con sus iguales con ese
violencia que constituye su día a día, lo que le genera graves problemas de
adaptación. Es un niño, a quien no dejan serlo, que siente como pierde su
infancia arrastrado por la marginalidad y la ausencia de una familia que le
proporcione el calor y la protección que le aseguren un desarrollo normal. Su
inteligencia y desesperación le hacen comprender que Carmela, la maestra, constituye
su única tabla de salvación, y a ella se agarra con fuerza.
A medida que avanza la historia
queda patente que menos Chala (serio, leal, cariñoso, y muy responsable)
cualquiera de los adultos se merece ser internado en esa temida y etiquetadora escuela
de conducta.
“Conducta” no es un drama
novedoso ni rompedor (ni siquiera tengo claro que se trate de un drama)
pero si es una maravillosa historia de vida que, además de tocar la fibra
emocional de quienes la contemplan, contiene una critica social nada encubierta
mientras nos recuerda la importancia de la educación como requisito fundamental
para tener una oportunidad en la vida.
Pese a ello, quiero tener un
especial recuerdo para Don Manuel, Dña. Conchita y Azucena, todos ellos
profesores de lengua y literatura en diferentes momentos a lo largo de mi vida,
porque con sus consejos, correcciones y notas, me animaron a seguir escribiendo,
algo que siempre fue una pasión en mi vida.
Gracias a todos.
Y es que esta película es, sobre
todo, una loa al maestro vocacional.
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