Todo
aquel que se acerque a “Big eyes” esperando adentrarse (a través de los enormes, desproporcionados y
oscuros ojos infantiles que pintaba Margaret Keane) en el excéntrico e
igualmente oscuro universo burtoniano se llevará un gran chasco.
No solo
se verá envuelto en una paleta de tonos pastel, muy alejada de los amados rojos
y negros de Tim, sino que se topará de lleno con la biografía de una mujer
sumisa y perdida, como tantas otras de su época, que utilizaba su técnica
pictórica para hablarle, a cuantos quisieran verlo, de su angustia existencial.
Eran los
años cincuenta. Los hombres, tras la Guerra, volvieron a sus puestos de trabajo
y las mujeres, que durante su ausencia mantuvieron las fábricas con su trabajo
y a las familias con su tesón, volvieron a ser confinadas al mundo doméstico.
Se esperaba de ellas que fueran el bálsamo que curara las heridas del horror
vivido en las almas masculinas. Se les exigía, ante todo, ser buenas madres y
esposas femeninas, entregadas y cariñosas. Lo que hiciera falta para proporcionar
el ansiado descanso del guerrero. Un rol socialmente impuesto que se ha
repetido y sigue repitiéndose con demasiada frecuencia.
Margaret,
que huyo de un primer matrimonio y debía mantener a su hija, intentando ganarse
la vida conoció a Keane, un supuesto pintor que derrochaba el encanto y las habilidades
sociales que a ella le faltaban. Walter, que supo reconocer en ella el talento
del que él carecía, tenía una extraordinaria visión comercial que le llevó,
tras convertirse en su segundo marido, a apropiarse de la autoría de sus
cuadros montando un elaborado entramado destinado a darle veracidad a una
mentira que acabó adquiriendo proporciones tan grandes como los “Big
eyes” que ella pintaba y que él, sin ningún reparo, pudor ni vergüenza,
se atribuyó hasta el final de sus días.
Amy Adams realiza una maravillosa y creíble interpretación de esa mujer
cohibida y asustada que, llegado el momento, fue capaz de enfrentarse a las
normas establecidas y pelear por lo que era suyo, convirtiéndose en una pionera
de la lucha de las mujeres por reivindicar su espacio en el mundo. Por su parte
Christoph Waltz nos presenta a un Keane excesivo, irritante e histriónico, que
desde el principio consigue ponerte en su contra. La pareja funciona y brilla
con luz propia.
Aunque en su momento los principales críticos de arte definieron estos
cuadros como demasiado kitsch (cualquier arte
que es pretencioso, pasado de moda o de muy mal gusto) logró calar en la gente de la calle que,
al no poder pagar el precio de los cuadros originales, compraba miles de
litografías y postales, lo que generó numerosos imitadores y una considerable
fortuna a Keane.
¿Por qué Burton ha
hecho una película tan diferente a lo que nos tiene acostumbrados? Muy fácil,
se lo debía a Margaret. Solo hay que pensar en Víctor Frankenstein, ese niño tan inteligente y fanático de la
ciencia, y su perro Sparky; o en Víctor Van Dort y su “Novia
cadáver“ Emily; o en Eduardo
Manostijeras, un diferente en un mundo homogéneo o en el Sombrero Loco de “Alicia en el país de las maravillas”.
Este es un homenaje a la obra de una artista admirada por Burton. Era su
momento y quizás por ello Tim ha procurado pasar desapercibido a la hora de
contar la vida de su musa. No hay nada en la historia que distraiga la
atención.
Como ya está en cada una
decidir si la obra de Margaret Keane nos gusta o no, solo apuntarles que en
España existen dos cuadros originales de esta pintora: “Margarita en el campo” y “Niña
con gatos”, éste atribuido a su esposo Walter. Aunque ambos pertenecen
al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, se encuentran en
el Museo Provincial de Jaén.
En sus fichas se confirma la
autoría de Margaret Keane.
Seguro que a partir de "Big eyes" se triplica el interés por ver estas dos obras y vuelven al Reina Sofía, ¿quieren aportar algo?
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