Cuando la juncal y muy americana señorita Isabel Archer llega a Inglaterra, de la mano de su tía por parte de madre, el marido de ésta y su primo, que apenas sabían de su existencia, quedan fascinados por su aire curioso e impertinente a la par que retraído.
Criada junto a sus tres hermanas,
por un padre poco dado a imponer reglas de conducta estrictas, crece libremente
en un ir y venir desordenado, desde el nuevo mundo a la vieja Europa , en el
que el único anclaje a una vida menos errante son las estancias pasadas en la
bulliciosa y alegre casa familiar de la abuela.
De las tres hermanas la mayor es
la práctica, la segunda la hermosa y ella es catalogada como la intelectual por
su afición a leer y a dejar transcurrir las horas pensando, sobre todo en sí
misma, algo ciertamente exótico para una época en la que lo habitual era que
las mujeres esperaran sentadas a que pasara un hombre y les diera un futuro por
medio del matrimonio.
Sus parientes ingleses consideran
encantadora esa manera tajante, tan suya,
de afirmar o sostener opiniones, bastante endebles y fáciles de rebatir
por mucho que ella crea firmes convicciones, y revitalizador su interés por
preguntarlo todo, por saberlo todo, por verlo todo, pues “su ansia de conocimientos era de índole verdaderamente fecunda, y el
poder de su imaginación, muy grande”.
Isabel Archer es una cateta
americana, una inteligencia sin pulir, una presencia que atrae y desconcierta a
los miembros de la rancia y contenida clase alta inglesa.
Cuando apenas llevo unos
capítulos de los cincuenta y cinco empleados por James para bosquejar su
retrato (que defino como abstracto porque ofrece contornos poco definidos del personaje), más de ochocientas páginas, no puedo dejar de preguntarme: ¿que le
deparará el destino a esta dama? ¿Mantendrá ese espíritu aparentemente indómito
o se dejará amansar? ¿Se adaptará a los convencionalismos sociales para no
sentirse excluida o aceptará el destino reservado a las mujeres que proclaman
su diferencia y originalidad?
Mi instinto me dice que no lo va
a tener nada fácil porque desconoce la presión que el grupo es capaz de ejercer
sobre aquellos individuos que se resisten a la norma hasta conseguir su
conformidad.
Ten cuidado Isabel.
ANÁLISIS DE “RETRATO DE UNA DAMA” (1880)
NOVELA: un culebrón en toda regla. Al igual que pasaba en “Tiempos difíciles" de Dickens, creo que
se nota que son obras escritas por entregas y que a mayor número de palabras
más cobraba el escritor. Muchos capítulos esperando que suceda algo y de
repente, pasada con creces la mitad del libro, el narrador se apodera de la
trama y te explica, con sus palabras, en pocos capítulos y de manera para mi
gusto atropellada, cosas que te has estado preguntando a lo largo de la novela
como el hecho de por qué Isabel cayó rendida a los pies de Osmond (¡porque era
pobre y estaba solo!).
AUTOR: aunque le reconozco cierta gracia e ironía en los diálogos, la
abundancia de éstos durante las casi 900 paginas me aturde. Hay veces que me gustaría
que los personajes se callaran y me dieran unos minutos para reflexionar y
hacerme mis propias cabalas sin que sea el escritor el que dirija mi atención
todo el tiempo. Ese exceso de control que persigue logra el efecto contrario:
me distraigo con una mosca.
PERSONAJES:
El tío rico: capaz de ver y vivir lo mejor de
los dos mundos (la vieja y tradicional
Inglaterra y el nuevo mundo americano).
Su mujer: capaz de ver, únicamente, lo peor de ambos mundos.
El primo: condicionado por su enfermedad, contempla desde su palco privilegiado la vida de los otros y disfruta moviendo los hilos de las marionetas para ver que les sucede.
El pretendiente inglés: educado, comedido, rico, elegante, discreto.
El pretendiente americano: atosigante, impaciente, exigente, menos guapo pero más atractivo.
La amiga periodista: bastante impertinente y agresiva como se espera de alguien que ejerce su oficio.
Madame Merle: la envidia. Intrigante, despiadada, antinatural, toda fachada.
Osmond: indolente, cruel, engreído...
La dama: la boba. Su creencia de que la espera un destino diferente al del resto de las mujeres, le lleva al mismo de cabeza...
EL MATRIMONIO:
Los tíos de Isabel, como no pueden vivir juntos por su forma tan diferente de ver la vida, solo comparten techo uno o dos meses al año. ¡Así convive cualquiera!
La Condesa Gemini, casada por un Conde florentino soso y jugador que se niega a salir de su ciudad porque fuera no es nadie, sobrelleva su matrimonio a base de, supuestamente, aventuras con otros hombres.
Isabel y Osmond: él se casa por dinero, es evidente, pero también convencido de que lo hace con una hoja en blanco que el podrá ir escribiendo a su antojo. Pronto ambos se dan cuenta de su error. Él no romperá el matrimonio. Ella, ¡desesperante!, oculta su desdicha e infelicidad porque su orgullo le impide admitir ante todo el mundo que la mayor promesa que hizo en su vida fue también su mayor error. Su padre no fue un modelo conyugal a seguir, precisamente...
Y yo me pregunto ¿por qué no se divorcian? Recuerdo que en “Tiempos difíciles” (1854) Josiah Bounderby le explicaba al pobre Esteban, el obrero, que el divorcio era un proceso complicado y sobre todo costoso solo apto, por tanto, para las clases privilegiadas como es el caso.
El autor se empeña en que el vínculo matrimonial es muy importante y yo no entiendo ese empeño y, desde luego, nada de lo que dicen o hacen los personajes te lleva a esa conclusión. ¡James introduce esa idea con cucharón!
El colmo es que a la moderna Henrietta, la única de la que se da a entender, de manera muy difusa eso sí, que mantiene relaciones sexuales despreocupádamente sin estar casada, acaba sucumbiendo, de la mano del escritor, y cayendo rendida a las bondades de esa santa institución, destino al que parecen condenadas todas las mujeres de la novela. ¡Pobre Madame Merle que se le murió el escuchimizado suizo y no encuentra un sustituto que cumpla sus expectativas!
LA FAMILIA:
Resulta sorprende el concepto de familia que se refleja en la novela por no coincidir en absoluto con el modelo de familia tradicional mediterránea proveedora de cuidados y apoyo a sus miembros.
Ralph Touchett, moribundo, deambula de un lugar a otro buscando el mejor clima para su salud, sin contar con el apoyo de su madre, quien sigue viviendo la vida sin dejar que nada ni nadie trastoque sus rutinas y que también se excusó del cuidado del padre salvo el último mes de su existencia.
Su prima, que dice quererle mucho, en ningún momento se plantea acompañarle en sus últimos días, porque su marido se enfadaría, y le encomienda dicha tarea, sin remordimiento, a su pretendiente americano para, de paso, quitarlo de su vista.
Osmond y su hermana no se soportan y apenas se relacionan lo necesario para ofrecer una determinada imagen de cara a la galería.
La relación entre Osmond y su hija, es fría. Él ve en ella un objeto maleable, decorativo y precioso que, llegado el momento, subastará al mejor postor, algo que le reportará ese brillo social que tanto ansía.
EL SEXO:
Bueno, su ausencia. Tienes que rascar veinte capas antes de descubrir que los personajes tienen relaciones sexuales. De hecho esto solo se deja entrever cuando, por ejemplo, nos enteramos de que Isabel pierde un hijo que esperaba o que a su amiga Henrietta (dicho por boca de su admirador inglés) no le importan las apariencias. En el personaje que más se da a entender es en la Condesa Gemini que es la suelta de la novela y, tal vez por eso, aparece retratada como uno de los personajes menos atractivos física y moralmente.
La escena final entre Gaspar, el pretendiente americano e Isabel, en la que él se lanza y le hace una encendida declaración de amor y deseo, que sorprende en el contexto neutro sexual en el que, hasta ese momento, se ha movido la historia, con beso arrebatador incluido, es el detonante que convence a Isabel de que lo mejor que puede hacer con su vida es volver con Osmond. Frente a una pasión desaforada y exigente elige una vida convencional y asexuada.
TÓPICOS:
Los ingleses son contenidos, poco expresivos, educados, fríos, anclados en un pasado que mantiene sus privilegios de clase alta.
Los americanos aparecen como rudos, directos, modernos, innovadores, defensores de la libertad e igualdad de clases.
CONCLUSIÓN:
La historia me ha recordado mucho a “La Edad de la inocencia” de Edith Wharton (quien se movió siempre en los círculos de la alta sociedad de Estados Unidos y de Europa, y en ésta conoció a Henry James, que ejercería una duradera influencia en su vida y su obra) y a “Las amistades peligrosas”, solo que en este caso, el libertino en ver de corromper la virtud de la dama busca su dinero y el triunfo social que ello le reportará.
La novela me ha gustado no por el contenido sino por cómo está escrita. Me parece un ejercicio obstinado de control, por parte del escritor, de los pensamientos, sentimientos y deducciones que la obra debe despertar en el lector y, en ese sentido, hay que reconocerle que no nos deja a nuestro aire en ningún momento.
EPÍLOGO:
El debate sobre la novela, en el Club de Novela Clásica de la Librería Taiga de Toledo, puso de manifiesto que las mujeres asistentes resultábamos demasiado apasionadas para el frío y contenido James y su heroína (estuviéramos a favor o en contra de ésta).
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