Dava Sobel es una escritora
americana especializada en divulgación científica. De sus obras, he leído tres:
“La hija de Galileo”, basada en la
correspondencia de Galileo y su hija monja, que adoptó el apropiado nombre de
Sor Celeste; “Los planetas”; y “Longitud”. De ellos, el más interesante es éste
último.
En el año 1707, una flotilla
inglesa procedente de la Guerra de Sucesión española cometió un error en la
determinación de su posición en el mar, lo que condujo a un terrible naufragio en las
Islas Sorlingas (Scilly Islands), y 1.400 marineros perdieron la vida. En
aquella época, determinar la latitud en el mar era relativamente fácil
utilizando sextantes para calcular la altura del sol a mediodía. Sin embargo,
no se conocía ningún método fiable para establecer la longitud, y se utilizaban
sistemas de estimación (dead reckoning) bastante imprecisos.
En 1714, el Gobierno inglés creó
una comisión para solucionar el problema (Board of Longitude), y se dotó un
enorme premio (equivalente a varios
millones de euros de la actualidad) para la persona que lograra
demostrar un sistema fiable y práctico para determinar la longitud en el mar.
Felipe II ya había creado un premio similar en 1567 en España, y otros países
habían hecho lo mismo.
La clave para conocer con
precisión y sencillez la longitud era conseguir un reloj que marcara de manera
precisa la hora en el puerto de origen; determinando la hora local con el sol, podía calcularse la longitud sabiendo que cada
hora de diferencia equivale a 15º. La carrera por desarrollar un método práctico había llegado a
Inglaterra, y muchos científicos de renombre iban a participar en ella. La aproximación
más favorecida por la élite científica en aquel momento era calcular la hora
basándose en las fases de la luna o en la situación de los satélites de
Júpiter. Aunque en teoría podría funcionar, era un método engorroso, que
dependía del tiempo, de la habilidad de los observadores y del desarrollo de tablas precisas.
Nadie contaba con que un carpintero
de extracción humilde, John Harrison, iba a convertirse en el principal rival de
los astrónomos en esta empresa. Harrison sintió desde pequeño gran afición por
la construcción de relojes cada vez más precisos. Con 20 años ya había construido
un reloj totalmente de madera. Asombrosamente, todavía se conserva. Poco a
poco, siguió construyendo relojes cada vez mejores, innovando el sistema
de péndulos, introduciendo nuevos materiales, experimentando...
Harrison se sintió fascinado por
el reto que presentaba mantener funcionando de manera precisa un reloj en el
mar, y presentó su idea al astrónomo Edmon Halley. Este se interesó y le
presentó al relojero George Graham, quien apoyó financieramente a Harrison.
Durante 5 años, trabajó en su primer reloj, el H1, un aparato grande y no muy práctico de llevar en un barco. La Royal Society aprobó una primera prueba en el mar, en un
viaje a Lisboa. El reloj funcionó a la vuelta y permitió por primera vez establecer con
precisión la posición de un barco, pero en la ida había fallado. La aventura de
Harrison no había hecho más que comenzar. La comisión de longitud demandaba un
viaje transoceánico, y Harrisón decidió mejorar su diseño, desarrollando el H2.
Pero en 1741 la guerra con España y problemas técnicos del reloj retrasaron la
prueba. Harrison pasó a desarrollar la siguiente versión, el H 3…¡durante 17 años!.
Sin embargo, este modelo tampoco ofrecía la precisión que Harrison quería.
Durante aquellos años, otros
relojeros como John Jefferys desarrollaron nuevos relojes, pequeños y precisos.
Utilizando estos avances técnicos, Harrison desarrolló por fin su obra maestra:
el magnífico H4. Un reloj de 13 centímetros de diámetro, exacto, elegante y muy
práctico en el mar. Construirlo le llevó a Harrison otros 6 años, y por fin,
con 68 años de edad, ya demasiado mayor para embarcarse, envió a su hijo a
Jamaica para probarlo. La prueba resultó exitosa, pero la Comisión, más
inclinada a soluciones astronómicas, exigió más pruebas. De nuevo el siguiente viaje
demostró que el reloj era excelente, y de nuevo la Comisión se negó a aceptar
el resultado. Su principal rival, el reverendo Nevil Maskelyne, había
desarrollado un sistema astronómico, menos eficaz, y en su posición de
Astrónomo Real, vetó el premio.
Harrison finalmente decidió
acudir a la ayuda del Rey George III. Finalmente, tuvo que esperar a los 80
años para recibir el premio de manos del Parlamento, no de la Comisión. Sólo
pudo sobrevivir 3 años más al premio. En realidad, durante todos los años anteriores,
la comisión había financiado su trabajo, pero a costa de humillaciones y
desprecios constantes. El diseño de Harrison fue copiado, la producción
abaratada, tuvo gran éxito entre los marinos de la época, y se convirtió en el método estándar de cálculo. El mismo Capitán
Cook probó con éxito el K1, una copia del H4, durante su segundo y tercer viaje.
Esta apasionante historia fue
llevada a la televisión en una estupenda miniserie de Granada TV (2000). Recrea la historia de
Harrison (Michael Gambon), y de Rupert Gould (Jeremy Irons), un oficial naval
que en el periodo de entreguerras restauró los relojes de Harrison, que
permanecían olvidados en el observatorio de Greenwich. La miniserie cuenta con estupendos actores
británicos, como un divertido Bill Nighy, o Stephen Fry, que en un guiño a su
activismo escéptico, interpreta a un charlatán que pretende establecer la
longitud con perros heridos y polvos mágicos…
La serie está llena de aventuras en
el mar, de intrigas, de capitanes intrépidos, malvados envidiosos, luchadores infatigables, batallas navales... todo ello tratado con
rigor y con una capa de humor inglés. En definitiva, tanto el libro como la
miniserie resultan muy recomendables. Y el complemento perfecto es una visita
al Royal Observatory de Greenwich, dónde en el año 2004 tuve la ocasión de ver
los relojes del maestro Harrison. Espectacular.
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