Corría el año 1964 cuando Anacleto (mi nombre es Cleto, Ana Cleto), el más elegante espía patrio, salía
por primera vez de su anonimato y se dejaba ver en la revista “Pulgarcito”.
Moreno, pelo negro, flequillo rebelde incluido, nariz
alargada, impecablemente vestido, nunca sin su pajarita. En lugar de vodka
Martini “agitado, no revuelto”, un
sempiterno cigarrillo en la boca que no le abandona ni en sus peores momentos.
Enfrente el malvado Vázquez, alter ego de Manuel Vázquez
Gallego el creador del personaje, empeñado en hacérselas pasar canutas a
nuestro 004 (le falta mucho para ascender
a 007), ya sea en mitad del desierto o en el Baix Empordà.
Tras años sin saber de él, nuestro agente reaparece,
peinando canas, para trasladar de celda a su archienemigo a quien encerró hace
30 años. Vázquez, gracias a un cutre plan y unos esbirros más cutres aún, logra
escapar jurando vengarse de Anacleto & Son.
Así, de golpe y porrazo, Adolfo, un treintañero pelín vago,
sin ambición, que nunca encuentra el momento para sacarse el carnet de
conducir, se entera de que su padre, a quien siempre ha visto como un cabrón
butifarrero en realidad es un cabrón, sí, pero espía. Sin apenas tiempo para
asumirlo, la masía familiar se convierte en un campo de tiro donde disparas,
aunque no apuntes, o te disparan. Se forma tremendo cisco en Casa Tarradellas y
es entonces cuando se supone que se desata la acción delirante, las situaciones
cómicas, descacharrantes… pero no se escucha ni una sola risa en la enorme sala.
¡Mala señal!
Todo parece forzado. Te sientes empujado hacia una carcajada
que nunca llega a producirse. Gags gastados, chistes fáciles, actores a los que
estamos hartos de ver hasta en la sopa (como
Eduardo Gómez Manzano) en papeles repetitivos y una acción que transcurre
siempre a medio gas. Ni siquiera la vena cómica de Quim Gutiérrez (que la tiene) ni cómo le sienta el
esmoquin (que le sienta de maravilla)
son suficientes para salvar la situación. Falta guión, guión y guión.
La película es simplona, nada cachonda, floja, muy floja, y
no puedo entender cómo, a diferencia de “Un
día perfecto”, de León de Aranoa, el común de los críticos parece
considerarla algo digno de ver.
Sigo pensando que en España nos pierde el empeño en seguir haciendo
comedietas, sin pizca de gracia, que lo único que consiguen es zancadillear el
trabajo que desde otros géneros, como el de terror o el thriller policiaco, están
haciendo diferentes directores para devolver a nuestro cine el reconocimiento
que merece y que nunca debería haber perdido.
Lo único que mereció la pena fue que, entre la insoportable
cantidad de anuncios que nos colocaron al principio (¡luego dicen que cada vez va menos gente al cine!), pudimos verle a
él, al inigualable, al guapísimo, al autentico 007, es decir Daniel Craig, en
el tráiler de “Spectre”, la
vigesimocuarta película de James Bond, dirigida nuevamente por Sam Mendes.
¡Esa sí que no pienso perdérmela!
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