sábado, 10 de enero de 2015

BIG EYES

Todo aquel que se acerque a “Big eyes” esperando adentrarse (a través de los enormes, desproporcionados y oscuros ojos infantiles que pintaba Margaret Keane) en el excéntrico e igualmente oscuro universo burtoniano se llevará un gran chasco.

No solo se verá envuelto en una paleta de tonos pastel, muy alejada de los amados rojos y negros de Tim, sino que se topará de lleno con la biografía de una mujer sumisa y perdida, como tantas otras de su época, que utilizaba su técnica pictórica para hablarle, a cuantos quisieran verlo, de su angustia existencial.

Eran los años cincuenta. Los hombres, tras la Guerra, volvieron a sus puestos de trabajo y las mujeres, que durante su ausencia mantuvieron las fábricas con su trabajo y a las familias con su tesón, volvieron a ser confinadas al mundo doméstico. Se esperaba de ellas que fueran el bálsamo que curara las heridas del horror vivido en las almas masculinas. Se les exigía, ante todo, ser buenas madres y esposas femeninas, entregadas y cariñosas. Lo que hiciera falta para proporcionar el ansiado descanso del guerrero. Un rol socialmente impuesto que se ha repetido y sigue repitiéndose con demasiada frecuencia.

Margaret, que huyo de un primer matrimonio y debía mantener a su hija, intentando ganarse la vida conoció a Keane, un supuesto pintor que derrochaba el encanto y las habilidades sociales que a ella le faltaban. Walter, que supo reconocer en ella el talento del que él carecía, tenía una extraordinaria visión comercial que le llevó, tras convertirse en su segundo marido, a apropiarse de la autoría de sus cuadros montando un elaborado entramado destinado a darle veracidad a una mentira que acabó adquiriendo proporciones tan grandes como los “Big eyes” que ella pintaba y que él, sin ningún reparo, pudor ni vergüenza, se atribuyó hasta el final de sus días.

Amy Adams realiza una maravillosa y creíble interpretación de esa mujer cohibida y asustada que, llegado el momento, fue capaz de enfrentarse a las normas establecidas y pelear por lo que era suyo, convirtiéndose en una pionera de la lucha de las mujeres por reivindicar su espacio en el mundo. Por su parte Christoph Waltz nos presenta a un Keane excesivo, irritante e histriónico, que desde el principio consigue ponerte en su contra. La pareja funciona y brilla con luz propia.

Aunque en su momento los principales críticos de arte definieron estos cuadros como demasiado kitsch (cualquier arte que es pretencioso, pasado de moda o de muy mal gustologró calar en la gente de la calle que, al no poder pagar el precio de los cuadros originales, compraba miles de litografías y postales, lo que generó numerosos imitadores y una considerable fortuna a Keane.


¿Por qué Burton ha hecho una película tan diferente a lo que nos tiene acostumbrados? Muy fácil, se lo debía a Margaret. Solo hay que pensar en Víctor Frankenstein, ese niño tan inteligente y fanático de la ciencia, y su perro Sparky; o en Víctor Van Dort y su “Novia cadáverEmily; o en  Eduardo Manostijeras, un diferente en un mundo homogéneo o en el Sombrero Loco de “Alicia en el país de las maravillas”.

 Si, Tim se lo debía a Margaret.

Este es un homenaje a la obra de una artista admirada por Burton. Era su momento y quizás por ello Tim ha procurado pasar desapercibido a la hora de contar la vida de su musa. No hay nada en la historia que distraiga la atención.

Como ya está en cada una decidir si la obra de Margaret Keane nos gusta o no, solo apuntarles que en España existen dos cuadros originales de esta pintora: “Margarita en el campo” y “Niña con gatos”, éste atribuido a su esposo Walter. Aunque ambos pertenecen al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, se encuentran en el Museo Provincial de Jaén.

En sus fichas se confirma la autoría de Margaret Keane.

Seguro que a partir de "Big eyes" se triplica el interés por ver estas dos obras y vuelven al Reina Sofía, ¿quieren aportar algo?




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