lunes, 18 de marzo de 2013

Anna Karenina

Biodramina, Chanel y lágrimas

Leí “Anna Karenina” hace mucho tiempo, creo que con 15 o 16 años, y al igual que me pasó con “Madame Bovary”, entonces no me gustó. Con esa edad aún no había entendido que hay novelas universales extrapolables a cualquier tiempo y lugar, pero que otras no pueden entenderse sin el contexto histórico y social en el que se desarrollan.

Ambas obras se encuadran dentro del realismo, corriente estética que surgió en la segunda mitad del siglo XIX, cuyo rasgo fundamental es el intento de reproducir la realidad de la manera más fiel y exacta posible. En la literatura destaca por el uso de descripciones minuciosas de lugares, paisajes y objetos, centrándose en la vida cotidiana de las personas, mecidas por el devenir histórico, presentando personajes complejos, que van evolucionando a lo largo de la novela, condicionados por su entorno social y económico, asustados por sus pasiones, sometidos a estrictos códigos de conducta y a reglas que exigen que, quienes se atreven a transgredirlas, lo paguen muy caro.

Llevar al cine una obra maestra de la literatura debe imponer, por la presión que supone no ser capaz de estar a la altura del autor, y tal vez eso sea el motivo por el que Joe Wright decidió empezar a contar la historia de Anna como si nos encontráramos dentro de un torbellino: la cámara gira y gira sin parar 360 grados (por eso la Biodramina, os hará falta creedme) presentando una abundancia de cosas que ocurren a la vez y a las que casi no puedes prestar atención por el mareo que llevas encima. Si a lo anterior le unes que el director, en vez de buscar localizaciones exteriores, hace que toda la película suceda dentro de un desvencijado teatro, te encuentras con que los primeros 10 o 15 minutos sientes un fuerte rechazo hacia lo que estás viendo.

Pero transcurrido ese tiempo liberas tu mente y te dejas arrastrar por la exquisita música que compone la banda sonora de esta película coreografiada, en la que la transición de una escena a otra (jugando con la tramoya, el escenario, la platea, las escaleras, el telón, todas las partes que integran un teatro) se produce con una cadencia grata y elegante. La propuesta novedosa y arriesgada de Wright, que al principio rechazas por rara, termina por engancharte y hace que le reconozcas al director su originalidad. Porque la extravagancia de la presentación no le roba ni un ápice de apasionamiento a la historia, al contrario, creo que la acentúa.

El magnífico vestuario diseñado por Jacqueline Durran (sin duda alguna el Oscar más merecido de este año), las perlas y diamantes de Chanel, y la belleza de Keira Knightley, proporcionan al personaje de Anna una irresistible capacidad de seducción esa de la que ella, sin apenas experiencia de la vida, no es consciente. Y aunque la película corre el riesgo de naufragar por la falta de química entre Keira y Aaron Johnson, actor que da vida a Vronski (¡menuda diferencia con la que existía entre ella y Fassbender en “Un método peligroso”!), Jude Law borda el papel de Karenin, el estricto marido de Anna, aunque en la película se suaviza su carácter frío y vengativo.

Más allá de la forma, el fondo no se desvirtúa, asistimos a la lenta destrucción de Anna como esposa, como madre, como amante, como mujer, como individuo. Nos hace participes de lo angustioso de su progresivo aislamiento social y emocional. Y finalmente nos enfrentamos a la escena de su suicidio, acongojados porque no encuentra salida a su situación, mientras que para el resto la vida sigue.

La composición de la escena final me recordó a los cuadros de Hopper.

Gran belleza visual, exaltación musical y profunda tristeza.

1 comentario:

  1. Hay que tener mucho cuidado con los sentimientos, saber interpretarlos, como si de música se trataran. La de la reciente adaptación de Anna Karenina, sobre el clásico de Tolstoi, a menudo suena demasiado exagerada y vacía. Me quieres, no me quieres. Eso sí, la puesta en escena es grandiosa y original, en particular las escenas de baile, te dejas llevar imaginándote que si uno fuera tan gracilmente liviano... Un saludo!!!

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