miércoles, 15 de agosto de 2012

Escritores americános: RICHARD YATES

William Faulkner, Hemingway, Scott Fitzgerald, John Steinbeck, Kerouac, Tobias Wolf, Richard Yates, Truman Capote, Norman Mailer…. Siento una profunda admiración por los escritores americanos porque los considero unos maravillosos retratistas de la sociedad que les toco vivir. Ellos, con sus novelas, despertaron mi curiosidad y avivaron mi gusto por la lectura. Para demostrarles mi admiración, al igual que mi amigo Juan está haciendo con sus mejores novelas de ciencia ficción, voy a escribir una serie de artículos dedicados a la novela americana.

Richard Yates, escritor, profesor y periodista estadounidense, nació en Yonkers, Nueva York, en 1926. Su infancia estuvo marcada por el divorcio de sus padres (tan solo contaba con tres años) y los constantes cambios de domicilio que tuvo que soportar. No es de extrañar, pues, la aversión que siente hacia la familia siempre recubierta de un anhelo secreto por la estabilidad perdida y tan anhelada.

Participó en la Segunda Guerra Mundial en Europa, donde contrajo tuberculosis. Fue otro excelente escritor atormentado por su adicción al alcohol. Murió en Birmingham, Alabama, en 1992.

En los años posteriores a su muerte, ninguna de sus novelas podía encontrarse editada ¿Por qué un escritor respetado y aclamado por crítica y público cayó en el olvido tan rápidamente? No sé cuál sería el motivo, pero tal vez influyera la crítica descarnada con la que retrata la vida de la clase media americana ¡Verse reflejado en sus novelas resulta demoledor!

Su debut en el mundo de la literatura se produjo, en el año 1961, con “Revolutionary Road”.

El cine, desde su nacimiento, ha caminado de la mano de la literatura ¡Qué mejor guión que algunas de las incr
eíbles novelas que sobrevivieron a sus autores otorgándoles la gloria que, por desgracia, muchos no llegaron a conocer en vida! El cine me descubrió a Richard Yates.

En diciembre de 2008, Sam Mendes dirigió “Revolutionary Road". Protagonizada por Leonardo Di Caprio y Kate Winslet, y logró trasladar a la pantalla toda la dureza que el libro desborda. Después de ver la película leí la novela de Yates y comprobé que es una de las mejores adaptaciones que se han hecho de una obra literaria para el cine.

La conmoción que Yates con su novela y Mendes con su película me provocaron, creo que puede entenderse mejor leyendo la crítica que, en su día, escribí sobre “Revolutionary Road” y que titulé:

LA NAUSEA

Durante toda la película me venía a la cabeza una expresión que resumía lo que la misma me estaba haciendo sentir: “La nausea”. Es el título de un libro de Sartre, cuyo contenido se acerca bastante al mensaje que yo recibí de la película: habla de la náusea hacia la vida cotidiana. El ser humano cumple con la sociedad manteniendo las leyes y reglas. También trabaja y no olvida sus responsabilidades. Esto es lo que conduce a Sartre a constantes náuseas ya que el hombre cumple con su rutina y acaba, así, convirtiéndose en monótono. Esta rutina vuelve al ser humano débil.

Desde los primeros momentos, me sumergí tanto en la historia que era como si formase parte de ella, como si me estuviera pasando a mí y por ello sentía una angustia creciente en el estomago ¡No solo me estaba produciendo emociones fuertes, sino que me hacía sentir síntomas físicos... es increíble! Recuerdo escenas aparentemente inofensivas, por lo cotidianas, pero que me producían un pánico creciente, por ejemplo cuando los Wheeler cuentan a los vecinos que esperan un nuevo hijo y su vecina, aparentemente muy contenta, dice: “Pues habrá que conseguirles una casa más grande”. Y entonces se muestra perfectamente que su complacencia, ante la adaptación de la pareja “especial” a la masa, es inversamente proporcional al terror con que April la mira al ser consciente de lo que ello significa.

Refleja la envidia de compañeros, vecinos, amigos, cuando, por un momento, creen que los Wheeler van a romper con la monotonía que los destroza y que van a cumplir el sueño común de libertad que todos añoran. Refleja, de igual manera, la salvaje, aunque soterrada, alegría de esas mismas personas, cuando comprueban que la pareja no escapara a ese destino que todos comparten y que han acabado por asumir como inevitable.

“¡Que horror, Dios mío, que horror de vida!”, pensaba todo el rato. Y aunque es muy fácil convencerte de que tu vida no es tan anodina, de que tú haces muchas cosas que te gustan y satisfacen intelectualmente, aquí es donde hay que destacar que la historia es tan buena que te obliga a justificarte ante ti misma.

La película no puede reducirse a un periodo concreto de la historia americana, ni a una pareja en particular. Es una crítica universal y extrapolable a cualquier época, relación o institución. Cuestiona el matrimonio, el instinto maternal, el papel de la mujer en la sociedad y en la familia, las relaciones familiares, vecinales y laborales. Habla de la perdida de las ilusiones, del sacrificio personal en aras de cosas impuestas, de los sueños rotos, del “amor” vacío. Habla de la imposibilidad de ser feliz y querer a los demás cuando no te quieres a ti mismo. Habla de la presión social, del conformismo impuesto a base de años de aleccionamiento no consciente, del valor o más bien de su falta.

La historia te envuelve, te atrapa, te arrolla. Te coloca al borde de un abismo a cuyo fondo te produce terror mirar porque temes encontrar la nada más absoluta.

No puedo añadir más a lo que ya he escrito.

Richard Yates, aunque no demasiado prolífico, escribió otras novelas como “Once maneras de sentirse solo”, “Una providencia especial” o “Las hermanas Grimes”.



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