lunes, 28 de marzo de 2011

LA VENTANA INDISCRETA

En “La ventana indiscreta”, de Alfred Hitchcock, James Stewart da vida a un fotógrafo que, al tener una pierna enyesada debido a un accidente, debe permanecer recluido en su apartamento. Aburrido, se dedica a elaborar diversas conjeturas acerca del extraño comportamiento de uno de sus vecinos al que espía a través de la ventana con cámaras fotográficas, prismáticos, etc.

En la fascinación que sentimos por conocer detalles de la vida ajena, descansa el éxito del núcleo de programas de TV, conocidos como realitys o telerrealidad, que dominan las horas de máxima audiencia en la mayoría de las cadenas y que nos venden como “experimentos sociológicos”.

Para poder hablar de “experimento”, sea en ciencias naturales o sociales, debe haber dos grupos formados por diversos miembros de una población seleccionada al azar. Un primer grupo servirá como grupo de control y el segundo como grupo experimental. El objetivo principal es medir en que grado una o más variables independientes influyen sobre otras variables dependientes. Para lograr este objetivo se expone al grupo experimental, y sólo al experimental, a esas variables independientes que nos interesa estudiar. Tras la exposición a las mismas se procede a observar y medir los cambios producidos. Por tanto para que programas, como por ejemplo “Gran Hermano”, pudieran ser definidos como “experimento sociológico” además de “la casa de Guadalix”, donde están las supuestas cobayas humanas sometidas a determinados estímulos, debería existir “la casa de Guadalox” donde sus habitantes ejercieran de grupo de control.

Aunque queda patente, por tanto, que estos formatos no constituyen ningún experimento serio, esto no impide que enganchen al público que, sorprendentemente, pasa horas y horas observando a través de la pequeña pantalla el devenir, bueno más bien la inactividad total, de personas, personajes y personajillos que acceden a encerrarse en un plató y a que se televise su día a día (excepto, y solo por ahora, cuando acuden al baño). En uno de los canales satélites del principal se emite durante 24 horas el encierro de los protagonistas con lo cual se aseguran de que, en cualquier momento, con solo un clic del mando a distancia, accedas a la intimidad de los encerrados. Para pulsar sus instintos primarios, despertarlos de su letargo y, sobre todo, asegurarse la audiencia, les van poniendo trabas y diversas pruebas (como a los ratones de laboratorio que giran en una rueda) que a la vez que les hacen moverse provocan enfrentamientos y peleas que se traducen en una cuota de pantalla tanto más alta cuanto más feroz es la bronca o más explicito el sexo.

Solo hay que ver que “Gran Hermano”, el buque insignia de Telecinco, ya va por la emisión numero 12 y que no solo no ha decaído su numero de seguidores sino que de este programa se nutre el resto de formatos de la cadena estrella en telebasura. En “El juego de tu vida”, nuevamente programa de Telecinco, acuden concursantes que se someten a un polígrafo (criticado últimamente en diversos medios aduciendo que la mujer que lo maneja no está cualificada para hacerlo porque no ha pagado el título que le acredite como experta) y responden a 200 preguntas sobre todos los aspectos de su vida, incidiendo, por supuesto, en las malas relaciones familiares, los cuernos, los gustos sexuales “raros”, las criticas a vecinos y compañeros de trabajo. Si contestas la verdad ganas 100.000 €. Pero suele ocurrir dos cosas puedes ganar el dinero o no, pero lo que si es seguro es que en el camino se rompen relaciones familiares, sentimentales y vecinales. ¿Realmente les merece la pena?. ¡Pues parece ser que sí, porque no faltan concursantes dispuestos a contar sus miserias ni público dispuesto a juzgarlos!.

Con las nuevas tecnologías y las llamadas “redes sociales” (Twitter, Facebook, etc), lugares de interacción virtual, el ansia de observar a los otros ha alcanzado el clímax. Millones de personas de todo el mundo se han enganchado a ellas y han abierto “ventanas” en la red para “mirar sin ser vistos” a la par que han cerrado puertas para esconder complejos, vicios y defectos, esa parte oscura que todos tenemos y pocos conocen.

Nos exponemos al escrutinio público, sin hacerlo, y vendemos una imagen que no se corresponde con la realidad, aceptando la que otros nos ofrecen aun sabiendo que tampoco es verdadera. Así hemos conseguido vencer “el miedo a los otros”, una de las semillas de la violencia, compartimentando lo que somos en celditas que nos igualan a los demás. Padre, madre, trabajadora, soltero, divorciada... En función de estos roles encasillamos a las personas sin llegar a conocerlas y, lo que es peor, sin tener interés en llegar a hacerlo.

Somos una sociedad de mirones que asisten impasibles al espectáculo de la vida, pasando muchas veces de puntillas por ella, viéndola a través de ordenadores y pantallas que han sustituido al clásico visillo levantando sutilmente, o no, para curiosear lo que hace el de al lado.

Cada vez más huidizos y cobardes, preferimos no arriesgarnos al rechazo, del tipo que sea, y recurrir a Internet, el “info-point”, la nueva plaza del pueblo, donde el atajo de cotillas en el que nos hemos convertido satisface la necesidad de contacto humano, aunque este sea cada vez más inhumano.

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