domingo, 17 de diciembre de 2017

EL AUTOR

Álvaro, que trabaja en una notaría, está casado con Amanda, una exitosa escritora de best‐sellers. Cuando el matrimonio fracasa y pierde su empleo, decide empezar una nueva vida intentando cumplir su gran sueño: escribir una novela, pero no una cualquiera sino una de las que permanecen. El problema es que Álvaro, que lleva años tirando el dinero en simposios y talleres literarios, no tiene nada interesante que contar, no tiene facultades ni tiene imaginación.

A partir de esa premisa, Manuel Martín Cuenca, el director, nos narra como un hombre anodino, incapaz de ver la realidad o de enfrentarse a ella, descubre que la mejor manera de pergeñar un argumento, mínimamente original, es crearlo uno mismo con personas reales.

Una comunidad de vecinos, menos desquiciada y bizarra que la de Alex de la Iglesia, compuesta por la portera chismosa, que cae en los brazos de Álvaro transida de amor, y su desvencijado marido, una pareja de inmigrantes con problemas para llegar a fin de mes y un anciano huraño y xenófobo aficionado al ajedrez, son los ingredientes con los que cuenta nuestro protagonista para cocinar la novela de su vida, tutelado por el profesor que le imparte las clases de escritura creativa (un Antonio de la Torre que es de lo mejor de la cinta), su particular garrapata, quien aprovechándose de la cerril ceguera que aqueja a este aspirante a autor y le impide ver sus nulas capacidades literarias, no solo lleva años chupándole la sangre sino que se las apaña para encontrar nuevas fórmulas para seguir haciéndolo en el futuro.

Tan brillante como laberíntica, tan ofuscada como libre, profunda a fuerza de superficial”, dice Luis Martínez de El Mundo. “Inteligente, atrevida y rara”, la define otro. “Busca un público más exigente”, apostilla un tercero. Si ante tamaña unanimidad de los más afamados críticos cinematográficos del panorama nacional a la hora de alabar las excelencias de esta obra, llegamos a este punto y El autor no te ha encandilado, como me sucedió a mí, entramos en terreno pantanoso.

La etiqueta de inteligente aplicada a una película siempre me ha mosqueado porque implica que si no te encanta es porque no la has entendido y, en consecuencia, eres más tonto que Abundio, ese prócer de nuestra cultura popular que cuando iba a vendimiar se llevaba uvas de postre.

Pero por mucho que una no se considere una lumbrera, no creo que éste sea el caso. Capto perfectamente la intención satírica de la propuesta: el director busca ridiculizar el proceso creativo y burlarse de quienes, al democratizar la escritura por intereses espurios, han convencido a personas de todo tipo y condición de que pueden dedicarse al noble oficio de la escritura solo con tesón y sin pizca de talento. Todo ello narrado de una manera supuestamente aguda que yo, supuestamente obtusa, no supe apreciar.

El piso al que nuestro autor se traslada para acometer su gran reto, grande, luminoso y sin apenas muebles, empieza como metáfora de la hoja en blanco que espera una explosión de creatividad de ese autor en ciernes y termina convertida en metáfora de su vacío intelectual y falta de escrúpulos.

Pero que alguien sin genio ni habilidades, incapaz de reconocer sus carencias y aceptarlas, de pronto (¡Allez hop!) se convierta en un maquiavélico titiritero que, para escribir una historia real que supere a la ficción, hace danzar a su antojo a marionetas de carne y hueso, lo siento pero no me lo trago.

Ser un gran manipulador conlleva una gran inteligencia y este autor carece de ella por lo que, desde el principio, se intuye que acabaran dándosela con queso, algo que, por previsible, le resta interés al asunto y ahonda el tedio.

En cuanto al sentido del humor, ni siquiera la literalidad con que Álvaro pone en práctica el consejo de su mentor (“para escribir bien hay que poner los cojones sobre la mesa”) logra arrancarme una sonrisa.

Así que no soy yo, es Manuel Martín Cuenca.

Caníbal, la otra película de este director que he visto, una “rara avis” en el universo de los filmes sobre asesinos en serie, de monótona aburre. Es más, por mucho que el respetable sastre granadino guste maridar un buen vino con apetitosos trozos de mujeres desconocidas, es tan estoica la interpretación de Antonio de la Torre que en ningún momento llega a aterrorizarte, más bien te da modorra (ojo, que puede que la culpa no la tenga el director sino el empacho de grasa femenina, no digo yo que no).

En El autor escucho hablar de envidia, frustraciones varias y perfidia, pero ninguna de ellas me llega como espectadora.

Como decía Orson Welles, “Lo peor es cuando has terminado un capítulo y la máquina de escribir no aplaude”.

En el Festival Internacional del Cine y la Palabra, CIBRA, Javier Gutiérrez recibió el premio a la mejor interpretación masculina por El autor, su último trabajo, adaptación de uno de los cinco relatos incluidos en El móvil, primer libro de narrativa de Javier Cercas publicado en 1987.

Yo sigo prefiriendo al Javier Gutiérrez de La isla mínima.


Crítica publicada en DCLM  y CLM24.








No hay comentarios:

Publicar un comentario