Este esquema muestra como el gusano del Dune es el bicho más brutal de la praderarrr del desierto.
Hace tiempo que tenía una deuda con una de las grandes novelas
de ciencia ficción: Dune, de Frank Herbert (1965). En los años 80, vi la
adaptación al cine dirigida por David Lynch (1984). La película en su momento
resultaba bastante impactante, un tanto misteriosa, aunque se hacía pesada a
ratos. Años antes había fracasado un intento de llevar al cine Dune, de la mano
del peculiar Alejando Jodorowsky. El proyecto contaba con colaboradores de la
talla de Dalí, Orson Welles, Moebius o Pink Floyd…hubiera sido curioso ver una
obra conjunta de todos ellos, pero no pudo ser.
La película de David Lynch tenía que haber durado 5 horas,
pero tampoco era realista, y se quedo en algo más de dos. Ese recorte, el
desigual reparto, y unos efectos especiales todavía insuficientes hacen que el
intento resultara bastante fallido. Pero al menos hizo todavía más famosa la
novela original. Con los años, Dune se ha convertido en una de las novelas de
ciencia ficción más leídas, si no la que más.
Por fin me he animado, y he disfrutado con ella. La historia
es muy conocida. En un futuro lejano, la galaxia está dominada por familias
nobles que gobiernan sus planetas en un estilo feudal, bajo la supervisión del
Emperador. La familia Atreides recibe el encargo de gobernar el misterioso
planeta Arrakis (precioso nombre), muy importante por ser la fuente de una
especia, “melange”, que permite los viajes interestelares. Este arreglo no le
conviene mucho a su familia rival, los Harkonnen. El cabeza de familia,
Vladimir Harkonnen, es un depravado con mucho estilo, dispuesto a todo para
acabar con los Atreiades, más convencionales. A partir de este escenario, se
organiza un buen lío, lleno de aventuras, intrigas, religión, ecología,
política, magia, guerra, traiciones y honor, todo sazonado con un poco de amor
y cierto humor.
La primera parte de la novela me ha resultado más interesante,
ya que se centra en la tensión política, y describe un mundo un tanto medieval,
pero avanzado en otros campos. La segunda parte trata la deriva mesiánica del
protagonista principal, Paul Atreides. La historia, quizás no especialmente original,
atrapa y está excelentemente narrada. La calidad de la escritura es muy alta,
las escenas detalladas, los diálogos inteligentes y sutiles…resulta un placer
leer esta obra. Las descripciones del desierto también resultan espectaculares.
Al parecer, Herbert se inspiró en unas dunas de Oregón para investigar sobre su
ecología, y acabar creando un gran planeta desierto, con un ecosistema muy
particular. De él, surgirá el bicho más bestial que ha poblado nunca la ciencia
ficción: el gusano de Dune…Otra influencia clara es el mundo árabe, y la
cultura del desierto.
Se trata de un libro fundamental en la ciencia ficción, una
garantía de entretenimiento para todo aquel que le guste el género, o los
libros tochos con mucha peña friki….