martes, 29 de octubre de 2013

Diario de una lectura inconclusa: “La montaña mágica” (II)



¿Tendrá Hans algo de razón cuando sostiene que lo más triste del mundo es ser estúpido y estar enfermo? A raíz de un desafortunado comentario, como la mayoría de los que suele hacer, sobre la señora Staehr, a la que acusa de “ignorancia supina” e insufriblemente quejicosa,  afirma que “un hombre idiota debe ser ordinario y estar sano y que la enfermedad hace al hombre refinado, inteligente y especial”, lo que le lleva a mantener una agria discusión con Septembrini que niega a la enfermedad cualquier estatuto de inspiradora, creativa,  noble o digna de respeto.

Aún estando de acuerdo con el caballero italiano, la lista de grandes escritores que padecieron o murieron de tuberculosis te deja sorprendida. ¿Podemos estar seguros de que la existencia de Gregorio Samsa (“Cuando se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo”), Mr Hyde  (era pequeño, pálido, producía impresión de deformidad, sin ser efectivamente contrahecho tenía una sonrisa desagradable, se había dirigido al abogado con esa combinación criminal de timidez y osadía, y hablaba con una voz ronca, baja y como entrecortada”) o Roderick Usher (La palidez espectral de la piel, el brillo milagroso de los ojos, por sobre todas las cosas me sobresaltaron y aun me aterraron. El sedoso cabello, además, había crecido al descuido y, como en su desordenada textura de telaraña flotaba más que caía alrededor del rostro, me era imposible, aun haciendo un esfuerzo, relacionar su enmarañada apariencia con idea alguna de simple humanidad) no nacieron fruto de los delirios febriles de Kafka, Poe o Stevenson cuando eran acuciados por su enfermedad?

¿Qué otra cosa, sino los síntomas de la tuberculosis que padecía, podrían haberle inspirado a Becquer la Rima LXI?:

Al ver mis horas de fiebre
e insomnio lentas pasar,
a la orilla de mi lecho,
¿quién se sentará?

Cuando la trémula mano
tienda, próximo a expirar,
buscando una mano amiga,
¿quién la estrechará?

Cuando la muerte vidríe
de mis ojos el cristal,
mis párpados aún abiertos,
¿quién los cerrará?

Cuando la campana suene
(si suena, en mi funeral),
una oración al oírla,
¿quién murmurará?

Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa,

¿quién vendrá a llorar?

¿Quién, en fin, al otro día
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo,
¿quién se acordará?

Menos mal que otros, como D.H. Lawrence, volcaron su calentura en personajes como el guardabosques y Lady Chatterley, llevándolos a explorar aspectos más agradables de la existencia humana: “Fue una noche de pasión sensual, en la que ella se sintió un poco asustada y casi renuente, traspasada de nuevo por los penetrantes estremecimientos de la sensualidad distintos y más agudos y terribles que los de la ternura, y en ese instante, más deseables. Aunque un poco asustada, le dejó hacer, la desnudó hasta lo más profundo haciendo de ella una mujer distinta. No era amor, verdaderamente. No era voluptuosidad. Era una sensualidad aguda, y abrasadora como el fuego, que hacía arder el alma como una tea". 

Aunque seguro que más de uno pensará que quien más grave estaba, quien más alucinó con su enfermedad fue Rousseau cuando escribió: “Poblad con igualdad el territorio, estableced idénticos derechos, llevad por todas partes la abundancia y la vida y el Estado llegará a ser el más fuerte a la vez que estará lo mejor gobernado posible”.

El apartado “digresión sobre el tiempo”, que te exige una lectura atenta, me parece deprimente por su insistencia en el hastío, la monotonía y el vacio. ¡Mala lectura para nostálgicos!

Menos mal que en “Hippe” la experiencia homosexual de Hans, por mucho que éste se niegue a definir ni clasificar su atracción porque así cree preservarla del resto del mundo, nos ayuda a dejar los grandes conflictos morales y existenciales por otros más terrenales y menos convulsos.

Hans, Hans…  ¡que difícil se hace apreciarte!

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