Un
joven programador, Caleb, después de ganar un concurso organizado por su
empresa se prepara para conocer a Nathan, el misterioso y solitario director
ejecutivo de la compañía.
Tras viajar a un lugar remoto y aislado, recala en
la futurista vivienda de su jefe que lo deja, literalmente, con la boca abierta.
Una construcción integrada perfectamente en la naturaleza en la que, buscando
la armonía y la paz interior a través del equilibrio, predominan las líneas
rectas, los puntos de luz disimulados, mucho cristal y pocos objetos
decorativos, entre los que destaca un cuadro de Jackson Pollock, el pintor de
las erráticas salpicaduras, cuyos tonos fríos encajan perfectamente con el
ambiente ascético que el excéntrico multimillonario se ha impuesto a sí mismo.
Una estética Zen donde el empleo de la paleta de blancos, grises, ocres y
beiges, pretende crear un ambiente sosegado, un remanso de paz, en el que poder
reflexionar y trabajar sin distracciones inútiles. El orden por encima de todas
las cosas.
La
cuidada ambientación y la posibilidad de estar al mismo tiempo en diferentes
espacios, merced a las paredes de cristal y las cámaras diseminadas por todos
los rincones, hace que te sientas como
en un teatro, con la ventaja que ello supone en cuanto a cercanía y ausencia de
intermediarios entre el personaje y el espectador pero con la desventaja de que
la ficción resulta más obvia y, por tanto, más difícil de creer.
Si
Caleb hubiera leído las historietas de “Mortadelo
y Filemón”, del genial Francisco Ibáñez, sabría que cuando el profesor
Bacterio aparece en escena lo mejor es correr, ya que el prestigioso científico
de la TIA acostumbraba a probar sus nuevos inventos con alguno de los miembros
de la empresa, la mayoría de las veces con resultados nefastos. Nathan, que no
solo recuerda al profesor Bacterio por su cabeza pelada y su espesa barba
negra, invita al joven a pasar una semana en su residencia para que participe
en un experimento: debe interactuar con su última creación, una encantadora
robot-mujer, para probar si la máquina es tan inteligente, o más, que los
humanos.
Padre,
Hijo y Espíritu Santo, la
Santísima Trinidad; los tres Reyes Magos de Oriente; que no
se note, que no se mueva, que no traspase, las tres reglas de toda buena
compresa; el bueno y el feo que no serían nadie sin el malo.... Todo el mundo
lo sabe: si no respetas la importancia del número tres atente a las
consecuencias. Pues el debutante Alex Garland ha hecho caso omiso de esta
máxima y al concebir su criatura se ha saltado las tres leyes de la robótica de
Asimov:
Un robot no
hará daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser
humano sufra daño.
Un robot debe obedecer
las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas
órdenes entrasen en conflicto con la 1ª Ley.
Un robot debe proteger
su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en
conflicto con la 1ª o la 2ª Ley.
¿Resultado?
Una robot-a muy, pero que muy mala y ladina.
El
delicado rostro de Alicia Vikander esconde una inteligencia artificial que,
tras engullir toda la información proporcionada por el potente buscador ideado
por su particular Dr. Frankenstein, al
que desprecia, aprende a coquetear, mentir y manipular al joven programador
que, fascinado, se deja arrastrar y aturdir por lo que él cree sentimientos
humanos pero que en realidad no son más que acciones, fruto de las
combinaciones más precisas de datos, para obtener el resultado exacto deseado.
Un thriller psicológico de
ciencia ficción que después de películas como “Blade Runner”, de Ridley Scott, o “Artificial Intelligence”, de
Steven Spielberg, nada aporta al controvertido tema de la relación
hombre-máquina.
Vale
que podamos definir la película como elegante (sobre todo por el escenario en el que transcurre) y magnética (por los delicados movimientos de Ava y su
innata capacidad para, como buena unidad de placer, jugar con su inexistente
sexualidad para alterar la capacidad lógica de Caleb), pero el conjunto
resulta algo aburrido y bastante previsible, por lo que decepcionará a todos
aquellos que como yo creen que el cine debe ser, ante todo, puro
entretenimiento.
Por
si no se habían dado cuenta, no quiero terminar estas líneas sin hacerles notar
que Ava posee unas medidas de infarto, un rostro angelical y una maldad digna
de la mejor fémina que pudieran soñar: un paso más en la evolución de las
maquinas pero siempre respetando los estereotipos que tanto nos ha costado
perpetuar hasta la fecha.
¡Solo
faltaría!